23

May

2011

Por Carlos Hakansson Nieto

Por Julio Talledo. 23 mayo, 2011.

El contenido de los programas de gobierno debe reflejar el ideario y la visión del país en el corto, mediano y largo plazo de cualquier partido político que desee aspirar al ejercicio del poder. En las democracias en desarrollo, debemos tener presente que  es inusual que los partidos tengan un detallado y completo plan de gobierno; en primer lugar, porque se encuentran en una etapa de formación y, segundo, porque carecen de cuadros de profesionales y técnicos, militantes del partido, que son necesarios para hacerlos realidad.

Los candidatos presidenciales, menos que mostrar verdaderos planes de gobierno, se dedican a formular ofertas electorales que puedan convertirse en los votos suficientes para ganar una elección. En las democracias contemporáneas más estables del mundo, en cambio, los programas se encuentran respaldados por un acuerdo fundamental implícito en los ciudadanos, lo que hace imposible el surgimiento de un candidato que amenace un clima de permanente estabilidad política, reglas económicas, respeto a la judicatura y los derechos fundamentales.

La necesidad de cambiar el contenido de los planes de gobierno, para moderarlo y convertirlo en una propuesta de centro político que evite los extremos, no es otra cosa que una estrategia electoral de cara a los comicios en una segunda vuelta; además, fomentar confusión e inseguridad en el electorado, trastornos en la actividad economía ordinaria y visos de una posible inestabilidad política en el futuro. Si analizamos lo sucedido en las últimas semanas, el programa político pasa a convertirse en un documento que debe ser debidamente interpretado. Se trata entonces de afinar el lenguaje, controlar el número y contenido de las declaraciones de los interlocutores  mediáticos de cada partido y, sobre todo, tratar de no pisar en falso con algún gesto, frase o declaración, que provoque un efecto de rechazo o desaprobación en el electorado.

Dado que nuestro sistema político continúa en formación, pensemos que lo único que lo podrá hacer madurar es, precisamente, la continuidad democrática. En la Historia Republicana del Perú no hemos tenido más de dos gobiernos democráticos consecutivos, no pidamos la democracia perfecta con apenas diez años de elecciones libres. Sin apasionamientos, valoremos los equipos de gobierno que  garanticen una sólida organización interna, competencia para consolidar el rumbo económico, la inserción de nuestros emprendedores en el mercado mundial y una prudente reforma tributaria para la mejor distribución del bienestar entre los ciudadanos con menos oportunidades.

Docente.

Facultad de Derecho.

Universidad de Piura.

Diario Correo, miércoles 17 de mayo, 2011.

 

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