Una reciente portada del diario alemán Bild decía ‘adiós a la escritura manual’, recogiendo con alarma el enorme abandono de esa práctica tan aparentemente elemental. El fenómeno no sorprende, aun sin cifras a la mano: es evidente que los avances de la tecnología han relegado el tradicional uso del papel y el lápiz. Los textos […]

Por Manuel Prendes Guardiola. 23 agosto, 2012.

Una reciente portada del diario alemán Bild decía ‘adiós a la escritura manual’, recogiendo con alarma el enorme abandono de esa práctica tan aparentemente elemental. El fenómeno no sorprende, aun sin cifras a la mano: es evidente que los avances de la tecnología han relegado el tradicional uso del papel y el lápiz. Los textos largos los escribimos en computadora, y las comunicaciones inmediatas las resolvemos mediante el correo-e, posts en las redes sociales o sintéticos mensajes de texto. Ganamos en rapidez y ahorramos papel y tinta, materiales cada vez más recluidos en las aulas, donde también peligran ahora que el ideal de todo colegio es contar con el mayor número de computadoras.

De hecho, entre los estudiantes es patente el descuido de la caligrafía: da la impresión de que, pasadas las nociones básicas de alfabetización, la materia ya no preocupara a lo largo del currículo escolar. Una letra clara y pareja debería entenderse como una cortesía elemental hacia quien tenga que leerla; sin embargo, el profesor se ve diariamente obligado a descifrar “tes” afeitadas, “pes” y “cus” castradas, “des” y “bes” mochas, o bien puntos que, lejos de sus íes, forman enjambre junto a desubicadas tildes.

Por supuesto, escribir a mano ya no resulta tan útil como antes. Sin embargo, lo necesario no siempre se define bajo el criterio exclusivo de la utilidad: es más, diría que precisamente en la “inutilidad” de la caligrafía reside hoy día la “necesidad” de su enseñanza.

Me explico: nuestro desarrollo social ha convertido buen número de actividades en superfluas, para luego compensar en los ratos de ocio su desaparición. Por ejemplo, la vida urbana se presta cada vez menos al ejercicio físico, y la obesidad o el anquilosamiento ya no se combaten de manera “natural”, sino dedicando el tiempo libre al deporte o al gimnasio. Menos que el buen estado físico suele preocupar el ejercicio de la inteligencia y la memoria: aunque este sea médicamente recomendado para una vejez en buenas condiciones mentales, se extiende sin embargo el abandono de entretenimientos como la lectura, la escritura (que es pensar por escrito) o el canto (previo esfuerzo de haber memorizado una letra y una melodía).

Si el conocimiento lo es en la medida que se “recuerda”, es decir, se actualiza y emplea, los recursos informáticos de acceso y almacenamiento nos tientan a emplear directamente apenas una cantidad mínima y superficial de información. Esto termina desvitalizando la inteligencia y reduciendo su bagaje; es decir, eso que llamamos memoria (tan íntimamente ligada a la inteligencia, a pesar de cierta pseudopedagogía). En ese mismo sentido, pienso que la educación debe aspirar a proporcionar una amplia cultura (otro nombre para ese “bagaje”), más allá de la mera utilidad. Así como el estudiante futbolista -acabe o no como profesional del deporte- ganará en salud, compañerismo y buenos ratos, el lector no solo tendrá mejor disposición para el estudio, sino más facilidad para (hacerse) entender en mayor número de situaciones, habladas o escritas. Una memoria vigorosa no solo previene la senilidad o suple una pérdida de la agenda electrónica, sino que proporciona una mayor seguridad en cualquier interactuación cotidiana.

Y, en lo que concierne a la caligrafía, quien sobre aprende a trazar con claridad unas palabras (o una figura, que el dibujo se descuida bastante, asimismo, en las escuelas) sobre un papel, no solo podrá dejar una nota o esbozar un plano ante un hipotético fallo de las redes y nubes virtuales, sino que ejercitará cerebro y psicomotricidad de una manera sencilla; y podrá sentirse bien orgulloso de su habilidad, sin perjudicar su destino de machucar botones como digno hijo del siglo XXI.

Docente.

Facultad de Humanidades

Universidad de Piura.

Artículo publicado en el diario El Tiempo, jueves 22 de agosto de 2012.

 

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