Los recientes acontecimientos ocurridos con la baja en la clasificación de los títulos de Italia, España, entre otros países europeos, además del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, nos traen a la memoria el mal trabajo de esas mismas clasificadoras de riesgo en USA y el descrédito ganado con sus actuaciones que, por otra parte, han […]

Por José Ricardo Stok. 31 enero, 2012.

Los recientes acontecimientos ocurridos con la baja en la clasificación de los títulos de Italia, España, entre otros países europeos, además del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, nos traen a la memoria el mal trabajo de esas mismas clasificadoras de riesgo en USA y el descrédito ganado con sus actuaciones que, por otra parte, han levantado sospechas con bastante fundamento acerca de la rectitud en su trabajo. Las reacciones no se hicieron esperar, y la pregunta que muchos se hacen es si no habrá llegado el momento de clasificar a las Clasificadoras, o incluso, ¡desaparecerlas!

Cuando un inversionista desea comprar algunos títulos (de deuda o de acciones) necesita saber qué grado de probabilidad tiene la devolución su dinero; como son muchos inversionistas, no es posible que cada uno haga una investigación por su cuenta. Por eso, existen las clasificadoras, para que mediante un análisis veraz, objetivo e independiente, se emita una opinión, expresada en categorías, respecto de la posibilidad y riesgo relativo de la capacidad e intención de un emisor, de cumplir con las obligaciones asumidas en las condiciones y plazas convenidos en el contrato de emisión. Evidentemente, además de requerir un trabajo profesional de alto nivel, es esencial la independencia, veracidad y rectitud moral de esa opinión.

Varios posibles riesgos se ciernen sobre el trabajo de las clasificadoras y sobre “su opinión”. Uno es, desde luego, hacer un mal trabajo, cosa poco probable habida cuenta del nivel exigido por el mercado.

Sin embargo, ese trabajo se alimenta de la información suministrada y buscada, lo que implica diligencia en ambas partes, y del lado de la clasificadora, un entendimiento de los negocios que requiere experiencia y claridad conceptual, que a veces no tienen los analistas jóvenes que hacen el trabajo básico: ¿cómo y dónde se forman? En cualquier caso, se trata siempre de una opinión y, por lo tanto, necesariamente subjetiva. Del mismo modo que cualquier valoración de empresas.

El sesgo hacia opiniones sumamente drásticas o benignas tiene ciertamente repercusiones en el mercado o en los clientes. ¿Acaso no podría precipitarse una crisis con una opinión muy negativa? O, por el contrario, ¿ayudará a prevenirla? ¿Está ausente el afán de pretender conciliar intereses futuros?

Con frecuencia se habla de un posible (aunque no muy probable) riesgo de “captura”. El encargo a una Clasificadora de Riesgos proviene del emisor del título, que es quien cancela los honorarios por ese trabajo. Existe similitud con las Sociedades de Auditoría. Este tipo de servicios profesionales tienen un común denominador: ofrecer garantía al mercado. Lamentablemente presenciamos la caída de una gran empresa auditora.

¿Cuál es la naturaleza de estos males y cuáles son los posibles antídotos?

Lamentablemente (y afortunadamente), no hay nada nuevo bajo el sol. El peor corrosivo para los negocios es la avaricia; el cáncer de las relaciones empresariales son la desconfianza y la mentira; el veneno que mata las organizaciones es una conducta no ética, inmoral.

Por lo tanto, ya podemos poner reglamentos y cláusulas para asegurar la independencia, la no vinculación, que no se use información privilegiada, etc. De hecho todo esto está y sin embargo las cosas suceden. Vemos que puede ser compatible un actuar inmoral en los negocios sin infringir la ley. Como siempre, lo básico: la integridad de la persona.

Docente.

PAD.

Universidad de Piura.

Artículo publicado en el diario Gestión, martes 31 de enero de 2012.

 

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