Francisco Bobadilla Rodríguez

Por Julio Talledo. 17 enero, 2012.

Al nuevo año 2012 no le faltan preocupaciones, conflictos y problemas. Pero esas dificultades, muchas veces son agrandadas por aquellos  que sólo ven dificultades y botellas medio vacías. En este escenario de lamentaciones, Alan García acaba de presentar un nuevo libro, “Contra el temor económico. Creer en el Perú” (Planeta, 2011) que es, precisamente, una propuesta para exorcizar al país de todo pesimismo económico y político. Con alguna escasa mención al APRA, al pan con libertad y  Haya de la Torre, el libro -de principio a fin- es un alegato en favor del  optimismo. Un llamado a no perder los papeles, mantener la calma y cabalgar sobre los grandes movimientos de la historia: globalización, tecnología informática, iniciativa privada.

Es un libro escrito por un político, un hombre de acción, con sentido práctico y como quien habla desde una tribuna ante una plaza de medianas dimensiones. No hay pañuelos blancos ni palmas porque faltan los compañeros apristas en el discurso y en la plaza. Es Alan el que escribe y  lo hace desde el pedestal de un estadista. En esto radica, a mi modo de ver, el valor de su visión y propuesta.

A diferencia de muchos que sólo han permanecido en las tribunas para aplaudir o abuchear, Alan García ha estado en el ruedo dos veces, elegido por los peruanos. En la primera vez quebró al país; en la segunda, para sorpresa de muchos, llevó al Perú por el camino de la modernización en democracia.

No le falta razón a Alan García cuando en la primera parte del libro señala que escasean los líderes a la altura de los tiempos, por eso no es de extrañar  que ante tal vacío abunden “las visiones catastróficas creando miedo y desconcierto. Los líderes de los principales países e instituciones se reúnen una y otra vez, agregan misterio y temor, no tienen explicación ni explican, hablan de recetas fragmentarias. Tienen un discurso de banqueros, pero no de conductores políticos”.

En esto García acierta, él mismo forma parte de la estirpe de los políticos. De ahí que las apreciaciones históricas y las valoraciones económicas  no sean el plato fuerte del libro. La simplicidad con la que son presentadas son propias del ideólogo, mas no del historiador, cronista o politólogo. Para esto último me quedo, sin lugar a dudas, con los libros de Federico Prieto (“Así se hizo el Perú”, 2010) y  de Jaime de Althaus (“La promesa de la democracia”, 2011).

La segunda parte del libro es una justificación “a posteriori” de su segundo mandato. Para su primer gobierno tiene una mirada indulgente y lo salva afirmando que no se podía hacer otra cosa que pagar los platos rotos del estatismo militarista de Velazco. El segunda gobierno lo tenemos muy fresco y no hace falta insistir en lo que ya conocemos. El mensaje final del libro es una buena síntesis del último Alan García quien considera que los gobernantes que le sucedan “deberán mantener las tendencias descentralistas, atracción de la inversión y acción redistributiva en infraestructura (y no subsidios en dinero)”.

El río del mundo está revuelto, pero ahí están el Perú, México, Colombia y Chile, pescadores duchos que podrían conseguir buena pesca, captando los capitales que huyen de las arenas movedizas de otros escenarios mundiales.  En medio de tantas alarmas y sirenas de bomberos, el libro de Alan García –con sabor a  “manifiesto”- es una buena bocanada de aire fresco. Es la visión de un político experimentado que anima a creer en el Perú, abierto al mercado internacional y en continuo crecimiento económico.

Docente.

Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales.

Universidad de Piura.

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