El dejo piurano está lleno de peculiaridades y lo que llama más la atención de los que visitan el norte del país es esta manera con la que se exageran los adjetivos por medio de la reduplicación de los sufijos. Esta manía de “formar superlativos de superlativos” llamó la atención al propio Mario Vargas Llosa, […]

Por Carlos Arrizabalaga. 02 octubre, 2012.

El dejo piurano está lleno de peculiaridades y lo que llama más la atención de los que visitan el norte del país es esta manera con la que se exageran los adjetivos por medio de la reduplicación de los sufijos. Esta manía de “formar superlativos de superlativos” llamó la atención al propio Mario Vargas Llosa, que no tiene mejor modo de mostrar que don Anselmo, el arpista de “La casa verde” (1966), se hace piurano y se acostumbra a la ciudad que decir: “a las pocas semanas decía “gua” para mostrar asombro, llamaba churres a los niños, piajenos a los burros, formaba superlativos de superlativos, sabía distinguir el clarito de la chicha espesa y las variedades de picantes, conocía de memoria los nombres de las personas y de las calles, y bailaba el tondero como los mangaches”. Y así, aunque en la novela apenas se reflejan unas pocas características del habla piurana, el superlativo redundante aparece hasta en seis ocasiones:

“Estás hecho un príncipe –dijo José–. Buenmosisísimo, primo.”

“El viento era puro fuego, chicoteaba duro, durisisísimo y él tuvo ganas de responderle”.

“Estamos felicisísimos de verlo aquí, palabra, sólo queremos que nos dé la mano”.

El escritor era muy consciente de que esos “inolvidables superlativos” iban a ilustrar de modo inconfundible la atmósfera especial de Piura en su novela tal como se le aparecía en su memoria, mientras escribía sus primeras obras en Madrid, París o Barcelona:

“Nunca volví a vivir en Piura (…) de alguna manera seguí siempre en ella, llevándomela conmigo por el mundo, oyendo a los piuranos hablar de esa manera tan cantarina y fatigada, con sus “guas”, sus “churres”, y su superlativo de superlativo, “lindisísima”, “carisisísima, borrachisísimo”, contemplando sus lánguidos desiertos y sintiendo a veces en la piel la abrasadora lengua de su sol.”

Carlos Robles Rázuri defendía, en un artículo publicado en “El Tiempo” el 25 de octubre de 1982, el empleo de este “superlativo original” como una forma castiza y encantadora en que se distingue el piurano: “nos complace tener nuestro propio sello de ser y hacer”, y para ello “usamos nuestro archiconocidísimo buenisisísimo”. La reiteración depende de “la multiplicación de la impresión que tengamos o de la intención que queramos dar a entender”, y zanja la cuestión con un ejemplo desternillado: “La mujer que nos impresiona la calificamos según nuestra corazonada de hermosísima o bien de hermosisisisisísima”.

En la literatura regional es fácil encontrar ejemplos de este fenómeno, siempre más usual en el campo que en la ciudad: “Las cosas que un pobre les tiene que oír a estas blancas pechugonazazazas”, dice un personaje de Dolores Cruz de Acha en sus “Juguetes folclóricos de Piura” (Sullana, 1966). Y también: “¡Malazazazaza, mamá!”

Edmundo Arámbulo registra en su “Diccionario de piuranismos” varios casos de reduplicaciones que se le figuran como términos léxicos porque le parecen usuales en Piura: “sesaza” (superlativo de “sed”) y “solasasazo” (“aumentativo de sol, expresión muy popular”). También registra otros aumentativos no reduplicados como “flojonazo”, etc.

Hay que considerar este fenómeno en el marco de la extensión que reciben en el habla popular de todo el mundo hispánico todos los apreciativos, y en Piura es patente que se emplean hasta el agotamiento: “esta boteíta”, “un piacito de pulpa”, “tuitos los sembrillos”,  dos mesecitos adelantados”, “cien solcitos”… El adverbio “ahorita” también se intensifica: “ahorititita”, igual que otros adverbios inusitados: “casito”, “otra vececita”, “vive enfrentecito mismito”. Igual los cuantificadores: “ha trabajao hartísimo en hartísimas casas”, “bastantísimo”. También los nombres propios y las advocaciones, como se ve en estos otros ejemplos de Dolores Cruz:

“¡Ay, Taitita, Señorcito de Chocán! ¡Virgencita de las Mercedes de Paita!”

“La medaíta…, por un lau tiene la Virgencita del Carmen y por otro lau Taitita Dios.”

En efecto, la característica tendencia a la exageración propia del habla popular encuentra en Piura un desarrollo extraordinario. Es un efecto de la importancia que recibe aquí la función expresiva del lenguaje y, como señalara la profesora Mercedes Pérez Felipe, debe relacionarse además con otras fórmulas intensificadoras como el prefijo “recontra”, muy usual también en el norte del país, y aunque algunos lo escriben por separado como si fuere un adverbio lo cierto es que el refuerzo se une a la palabra directamente formando palabras tamaño superior: “recontramachetero”, “recontrasimpático”.

Hay que considerarlo también, en ese sentido, en relación con la extremosidad que se le brinda a la cortesía que conlleva la necesidad de atenuar todas las cosas negativas. También Dolores Cruz de Acha en sus “Juguetes folclóricos” nos brinda ejemplos muy ilustrativos:

“Ya mismito pega un suspirito y se queda.”

“No la quiere mirar porque es malogradita de las vistas…”

Es más común en el habla femenina y, por supuesto, para ponderar todo lo hermoso y bueno. Así lo muestra la Capullana en una de sus “estampas” de 1961:

“–¡Qué lindísimo que está el angelito en su altarcito!

–¡Todito rodiadito de lucecitas como estrellitas!”

Los aumentativos y diminutivos reduplicados son generales en el habla popular de Piura, pero en el habla cuidada se evitan salvo que se trate de situaciones muy informales. Son también más usuales en el campo que en la ciudad y más habituales en la costa que en la sierra, donde no son para nada desconocidos. En Ayabaca o Huancabamba igualmente se pueden escuchar “enantitos”, al igual que “aquicito no más”. Es muy común en la sierra hacer referencia al Señor Cautivo como “mi Cautivito”, y también se dice “cerradito” cuando hay luto y “chumadito” cuando alguien está un poco tomado. Pero creo que no son tan usuales en esas provincias los superlativos reduplicados de la costa.

Ya decía Amado Alonso (1951) que todos estos recursos deberían llamarse mejor “apreciativos”, pues pocas veces se emplean para representar un aumento o disminución real de los objetos, y así aunque los llamemos aumentativos o diminutivos, su función primordial entra en el espacio subjetivo de la cortesía y en los planos expresivo y apelativo del lenguaje, junto a todo lo que pretenciosamente ahora se conoce como “operadores pragmáticos”.

Docente

Facultad de Humanidades.

Universidad de Piura.

Artículo publicado en el suplemento dominical Semana del diario El Tiempo, domingo 23 de setiembre de 2012.

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