El lenguaje de la literatura regional, sobre todo de las novelas, cuentos y estampas registran características del habla popular para identificar a los personajes, que tienen como espacio el campo, sea de la sierra, del medio o del bajo Piura. A veces también la poesía refleja las hablas locales. Con extrema delicadeza José María Eguren […]

Por Carlos Arrizabalaga. 10 octubre, 2012.

El lenguaje de la literatura regional, sobre todo de las novelas, cuentos y estampas registran características del habla popular para identificar a los personajes, que tienen como espacio el campo, sea de la sierra, del medio o del bajo Piura. A veces también la poesía refleja las hablas locales.

Con extrema delicadeza José María Eguren resondraba al joven Vallejo, por emplear palabras tan poco refinadas (en “Trilce”, pero no tanto en “Los heraldos negros”) como “poto” de chicha o esas palabras tan usuales y propias de su tierra natal: “relente”, “celajes”, “poña”…

En algunos casos el habla está plagada de formas peculiares (por el ánimo de registrar lo popular y regional hasta el exceso) y de tanto marcar en el relato una representación  de todas las características posibles, el resultado parece afectado e irreal. En realidad ninguna escritura es de todo exacta al transcribir las sutilezas del dejo, pero el escritor se siente tentado a registrar las más llamativas. Por ejemplo, en la novela Taita Yoveraqué, de Francisco Vegas Seminario, se acumulan: ideyas, morciégalos, piores, miajita, esperencia, acetaría, dotor, cariada, bromeye, picaus, ideya, jieden, prencipio, prefeto, y otros muchos.

Otros autores tratan de evitar o amortiguan la presencia del dejo en sus expresiones literarias, tal como hiciera Vargas Llosa, que aborrecía el folclorismo que se despreocupaba de la forma. Y así Genaro Maza, en sus estupendos relatos, como señala el profesor Sigifredo Burneo “no pretende la reconstrucción fonética de la expresión popular serrana”. Pero son más: Carlos Espinoza León, Teodoro Garcés Negrón, Dolores Cruz de Acha (entre otros muchos), los que caracterizan la voz de sus personajes con el dejo propio de la región. Y no son pocos los que demuestran, como señala Sigifrido Burneo “especial destreza para reproducir el habla popular campesina con toda la fuerza”. Es el caso de Cronwell Jara, quien declararía al profesor Burneo:

“Trabajo mucho para que ninguna voz se parezca a otra, para que cada personaje sea bien caracterizado y tenga su dejo y conciencia propios.”

“Es muy difícil, dice Marco Martos, lograr darles trascendencia a los modismos que usan los sechuras en su típico hablar, y más que todo, colocarlos dentro de la fluidez de la narración”, y por eso reconoce en Jorge Moscol Urbina a “uno de los más caracterizados escritores de Piura”, por su rara habilidad para captar el lenguaje popular”. Podemos leer escena con que comienza “El impuesto al piajeno”:

“-El gobernador está oriento, china. ¿Qué habrá pasao? Dejuro que ni la durmió anoche.

El gobernador escuchó el rumor de voces y protestó:

-¿Qué estás reveseando cholo de m…?

-¡Gua! ¡Quisque reveseyando, patrón!

-Consultaba nomás con la china comuiba ser el negocio pa después.”

Es imposible caracterizar con la escritura todos los matices y variaciones de la fonética popular y también se corre el riesgo de perder el efecto literario al obligar al lector a esforzarse demasiado en la lectura de graficaciones anodinas por lo que no nos extrañe que Raúl Estuardo Cornejo se rectifique en la redacción de alguno de los cuentos tempranos que publicó con el telúrico título de Horizontes de sol (1957). Con ellos ganó los Juegos Florales de la Universidad de San Marcos. Dentro de los relatos incluye una hermosa cumanana:

Dicen que no nos queremos

porque no nos ven hablar;

a tu corazón y al millo

les deben de preguntar.

Cincuenta años después corrige la escritura (pero no el empleo incorrecto de la perífrasis):

a tu corazón y al mío

les deben de preguntar.

También rectifica un diálogo posterior, en que alguien describe a un forastero que parece Alama, el famoso bandolero. En la primera versión dice: “Bueno, patrón. Vella… Era un cholito grueso (…), mal encarau y estaba vendau diuna mano.” Pues bien, la edición de 2007 borra los indicios fonéticos del habla popular: “Bueno, patrón. Vea… Era un cholito grueso…, medio patilludo, mal encarado y estaba vendado de una mano.” Y cuando se acercan a Garbanzal el guardia aconseja: “Sería güeno (…), es muy taimau, y pa chaparlo, hay que hacerle la rueda.” Otra vez los vulgarismos fonéticos desaparecen en la reciente edición: “Sería bueno (…), es muy taimado, y para chaparlo, hay que hacerle bien la ronda.”

Se puede lograr un efecto estético tanto si se transcribe con acierto la pronunciación popular como si se ignora supinamente. Al fin y al cabo, la escritura es arbitraria y siempre debemos imaginarnos la manera como los personajes hablan. Sin embargo, las alteraciones de la ortografía confunden y pueden estorbar la lectura si no se hacen con mucho tiento. Además, el léxico puede dar ya indicios del registro y dialecto implicados, y así se facilita –como hace muy bien Raúl Estuardo Cornejo– la lectura a un público más amplio. El léxico se basta para crear una atmósfera local.

Incluso añade un glosario de piuranismos para explicar el significado de algunos términos, como “bolsiflay”, que ya nadie usa, y otros piuranismos que son extraños a un limeño, tal como había hecho Carlos Espinoza León y mucho antes el propio Enrique López Albújar, que podría considerarse así también el padre de la literatura piurana.

Un detalle final, en la edición original leemos: “Estaba mariau y me vetió.” Cinco décadas después Estuardo Cornejo publica el mismo relato y corrige: “Estaba mariado y me vetió.” Evidentemente se muestran atenuados los rasgos dialectales pero se conserva la diptongación (debió escribir “mareado”, “veteó”). De cara al investigador, es decir, para el lingüista interesado en la variación idiomática este aparente “descuido” constituye un dato significativo, pues el escritor (que es un profesor universitario que conoce perfectamente la norma castellana) ha mantenido la diptongación eliminando todo lo demás: como que es el rasgo dialectal más típico y más resistente del dejo piurano.

Es necesario hacer mayores estudios, pero sirva este punto de partida para futuras investigaciones. El español piurano es un habla dialectal bien caracterizada y es patente la conciencia metalingüística que se muestra en los escritores regionales de una forma privilegiada: al fin y al cabo ellos están volcados a elaborar con el lenguaje una obra perdurable. Los otros identifican pronto el hablar piurano como uno de los característicamente diferentes al estándar limeño.

Y es que el piurano, como decía López Albújar, ahí donde se instala “funda un núcleo de camaradería regional” y trata de imponer a todo trance “sus costumbres, sus hábitos, sus gustos y hasta ese dejo cansino que le hace inconfundible”. El “dejo inimitable del terruño”, como decía Eudocio Carrera Vergara hace cien años, refiriéndose al modo de hablar “de esa tierra brava, ardiente y feraz que, a pesar del pobre riego de que disfruta, saber dar recado sabroso y abundante para una buena olla, a la par que hijos valerosos a la patria”.

Docente

Facultad de Humanidades.

Universidad de Piura

Artículo publicado en el suplemento dominical Semana del diario El Tiempo, domingo 07 de octubre de 2012

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