(Piura).-Durante el Coloquio de Historia, alumna de la Especialidad de Historia analiza sobre: “La influencia del terrorismo en el arte peruano” dirigida por Cristina Vargas, docente de la UDEP.

Por Julio Talledo. 12 septiembre, 2012.

(Piura).- Hoy se cumplen veinte años después de la denominada captura del siglo: Abimael Guzmán Reynoso, líder del grupo subversivo Sendero Luminoso. Su arresto marcó un punto de inflexión en la historia del Perú e inspiró a una serie de producciones nacionales y extranjeras, entre películas, series, documentales y libros. Durante el Coloquio de Estudiantes de Historia, Claudia Arrunátegui alumna de la Especialidad de Historia y de la Facultad de Derecho comparte su investigación sobre: “La influencia del terrorismo en el arte peruano” dirigida por Cristina Vargas, docente de la Facultad de Humanidades de la UDEP.

En el Perú destacan dos obras más representativas y mediáticas que versan sobre esta temática. “Se trata de “El ojo que llora” y Los funerales de Atahualpa”, en las cuales los artistas volcaron una gran carga emocional, inspirada en la reconciliación necesaria tras el odio que se sembró en el país y entre ciudadanos durante aquellos años y que aún se mantiene latente”, señala Claudia Arrunátegui, autora de la investigación.

“El Ojo que llora”
Esta es una escultura en piedra realizada por la holandesa Lika Mutal y está expuesta en el Campo de Marte, en Lima. La obra fue  bastante controvertida, pues el fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), recomendó incluir ir los nombres de 41 terroristas caídos durante los atentados. “Las piedras con nombres de las víctimas también tuvieron que compartir espacio con sus victimarios”, resume la profesora Cristina Vargas.

La figura hace referencia a la madre tierra (pachamama). Además, en toda la escultura se ubica una piedra más pequeña que lagrimea (corre agua), por el comportamiento y las peleas entre sus hijos (víctimas y victimarios). Esto generó diferentes opiniones e incluso  se presenciaron atentados contra la escultura por algunos grupos partidarios en el  2007.

Se aprecian pedruscos con los nombres escritos de los asesinados por el terrorismo, a lo que se añadieron más piedras grabadas con nombres de los guerrilleros fallecidos( lo que fue muy criticado)

Asimismo, se aprecia un laberinto circular hace el camino del santuario, formadas por las piedras pequeñas y planas que muy juntas van formando círculos de recuerdo.   Hay nombres y fechas escritos en ella. Y el recorrido  invita al visitante a atravesar por una alfombra de piedras diminutas y lilas, las cuales constituyen un camino de paz y  recogimiento.

“Los Funerales de Atahualpa Cover”
Producida por Marcel Velaochaga en 2005, más bien es un trabajo realizado en acrílico sobre lienzo. Es una obra que, a pesar de ser una de las obras más representativas del arte contemporáneo nacional, ha sido muy cuestionada y censurada incluso en el extranjero, indica la alumna de la Facultad de Derecho. El Cover es una variación del cuadro original, pintado a mediados del siglo diecinueve por el piurano Luis Montero.

En la versión de Velaochaga, sobre la derecha junto al cuerpo inerte del inca, aparece la figura de Abimael Guzmán con el puño en alto y en la postura de una vieja fotografía en la que aparece junto a los restos de su difunta esposa: Augusta la Torre.

El cuadro reúne citas y referencias, aglomera épocas y diluye el proceso histórico de violencia en el Perú, colapsando las cronologías pues la escena es casi mítica o atemporal. “Quebrada así la historia, la imagen estalla en múltiples significados posibles y por ello hay muchas maneras de leer esa pintura”, destaca Claudia Arrunátegui.

Guzmán, mostrándose combatiente frente al cadáver de un inca fallecido, establece una continuidad entre la destrucción colonial del mundo andino y una supuesta reivindicación indigenista, representando el guerrillero como vengador del indio. Una posibilidad históricamente falsa y moralmente inadmisible, pues asesinó a miles de decenas de pobladores andinos.

Asimismo, la asesora de la  investigación destaca  que ambas obras son evocativas a su manera. La primera por el simbolismo que se aprecia en los elementos de la escultura y que componen su instalación. La segunda, por las referencias al pasado remoto y particularmente, por aquel momento que ha sido entendido como de fractura (la Conquista y posterior desestructuración del Tahuantinsuyo; así como también al pasado reciente, a través de otra ‘fractura’ aún lacerante.

En suma, tanto profesora como alumna coinciden en que las representaciones artísticas influenciadas por el terrorismo reflejaron expresiones de angustias, vivencias, miedos y de la voz de protesta de hombres y mujeres de arte del país. Estos artistas no solo buscaron testimoniar y liberarse de las angustias que el “terror” produjo en ellos—y en todos los peruanos—sino también llevar a la reflexión sobre las catástrofes, generadas por las guerras, evitándolas en estos tiempos y buscando una reconciliación entre hermanos, separados a raíz y en medio de un enfrentamiento.


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