Por Carlos Arrizabalaga Lizárraga

Por Carlos Arrizabalaga. 04 mayo, 2012.

López Albújar recordaba los odiosos castigos que empleaba el temido maestro Piedra (que hacía honor a su nombre) en el viejo colegio San Miguel en la Piura de principios del siglo XX. Les “hacía hincar sobre saquetes de checos o boliches a los que sorprendía jugando con estos objetos”. El gran escritor consignaba la equivalencia con “boliches” porque de otro modo no lo hubieran entendido en Lima o Huancayo ni en ningún otro lugar del mundo.

En una sentida remembranza de “La ciudad del río hablador” (1959), César Miró añoraba con nostalgia los remotos tiempos en que los palomillas limeños derribaban pájaros con honda y en el remendado bolsillo se mezclaba esta “con las semillas de boliche y las chapas lecheras y el trompo lleno de quiñes”. Lima ha crecido tanto que parece otro planeta.

También aquí en la sierra piurana Miguel Justino Ramírez recordaba –en una de sus “Acuarelas huancabambinas” (1943)– a los muchachos “moginos de tanto jugar checos, de hacer bailar trompos, o boquiabiertos y con la mirada suspendida en las cometas que hacían volar”. Y en uno de sus cuentos de 1956 sentía nostalgia de cómo antaño “jugaban a los checos, al trompo, a la flecha”.

Las semillas de boliche eran los checos, es decir, las canicas o bolitas, las bolinchas o bolinches que antes no eran de cristal importado sino de un arbolito (su nombre científico es “Sapindus saponaria”) que en Lambayeque llaman “choloque”, en la selva “chocollo”, “choruro” o “jabonero”; en Tacna y Moquegua, “chololo” y en Piura, “checo”. La cáscara de sus pequeños frutos se aprovechaba para lavarse el cabello y también la ropa, porque hacía mucha espuma de jabón y resaltaba el color negro de las bayetas, sobre todo –me dice Wilfredo Castillo– la ropa de difuntos.

Con agua de choloques quería lavar la señora la sorprendente levita de la que sale brincando el macho mohino que nadie encontraba, en uno de los fantásticos relatos del tío Lino León, el famoso narrador contumacino. Un detergente natural y una técnica tan probada como antigua que podríamos aprovechar hoy, igual que industrializamos por fin –y nos felicitamos por ello– recetas peruanas como la salsa huancaína. Igual podríamos aprovechar las propiedades de la guayusa, originaria de la sierra piurana y el Ecuador, cuya infusión posee más cafeína que el mismo café, y era remedio contra las fiebres.

El checo o choloque (que tal vez diera su nombre a Chulucanas), aparece en una de las acuarelas que mandó hacer el obispo navarro Baltasar Jaime Martínez Compañón hacia 1783. En su famosa colección también aparece una simpática imagen de “indiecitos jugando a los choloques”, junto a otras acuarelas para el juego del trompo, el tres en raya o la pelota. Los mayores juegan naipes o conchitas pero los niños con choloques. Es curioso –digo de paso– que Enrique Bruning (1912), al registrar el término “choloque”, lo describe con el término “checo” y no al revés, en su diccionario mochica. Este piuranismo lo traen tanto Edmundo Arámbulo como el padre Esteban Puig. También Cornejo Ubillús menciona la planta y las semillas “que se usan en el juego como boliches”.

Es muy bueno que los diccionarios de regionalismos recojan estas palabras que ya nadie usa ni entiende y oportuno preguntar a los mayores cómo se jugaba a los checos y cómo había que completar tres ñocos. Carlos Robles tenía siempre un checo en el bolsillo porque le daba buena suerte, tal vez porque los checos daban oportunidad a los que no tenían medio para comprar bolas.

Necesitamos rescatar estas palabras para entender esos viejos textos. Justino Ramírez ponía ya algunas glosas a sus cuentos, pero ahora tendríamos que multiplicar por tres o por cuatro esas notas con el significado de otras tantas palabras ya casi olvidadas. Y necesitamos hacer ediciones anotadas de “Mi casona” (1924), así como de otras obras de López Albújar y de otros muchos escritores como Vegas Seminario o Rómulo León Zaldívar. Desde las instituciones públicas y privadas deberíamos hacer un decidido esfuerzo humano y económico por acercar a los piuranos su propia literatura, sobre todo a los escolares, que hoy juegan Nintendo y taps de Pokemón o Ben 10 o de lo que sea y pueden creerse que sus abuelos nunca fueron como ellos.

Es bueno saber que se divertían con cosas que hoy despreciamos. Nos hace pensar en que tal vez en cincuenta o cien años nuestras preocupaciones fútiles ya no serán tan importantes. La literatura es un puente de identidad y lo que importa es reconocernos en ese sentimiento de nostalgia que al pasar el tiempo sigue siendo esencialmente humano, aunque se exprese, en cada lugar, con sus propias palabras.

A veces no son las palabras sino los silencios, como en la Relación del extremeño –y guadalupano– fray Diego de Ocaña (1599), donde las distintas ediciones transcriben:  “Llévase también, para teñir, alguna algarroba y mucho tollo que se coge en el puerto de Paita.

Debió poner coma: “alguna algarroba, y mucho tollo”, puesto que el tollo no sirve para eso. Claro que en realidad tampoco el algarrobo, sino la “suelda con suelda” u “orchilla”, planta parásita de dicho árbol. Se aprovechaba para teñir de negro y como tinta de escribir. Su nombre científico, según Brack, es “Ligaria cuneifolia”, de la familia de las lorantáceas y es invasiva de algarrobos y tamarindos y prolifera por toda la ciudad para espanto de nuestros pocos y esforzados jardineros. El término ya en desuso “orchilla” procede del mozárabe y se aplicaba desde antiguo a varios líquenes (con forma de ‘orejita’), de los que se sacaba la tinta. Era un importante artículo de comercio en las Islas Canarias. También el extracto de su flor anaranjada servía como antiespasmódico y contra la melancolía. También se obtenía una goma o liga para cazar aves y de ahí que se llame también “suelda con suelda”, nombre que se aplica a muy diversas plantas americanas de las que se extraen pegamentos naturales. Teñían sus ropas y cabellos con esta orchilla y usaban la lavaza del checo para limpiar y conservar (sin peligro de reacciones alérgicas) el color negro.

Esos puentes hechos de sílabas necesitan de personas capaces de reconocer el sentido de los textos (con ayuda de diccionarios y otras fuentes). El lenguaje cambia igual que nuestro mundo y esas viejas palabras cada vez las entienden menos. Es la Filología la ciencia de los libros, la hermenéutica de los textos, que desde antiguo ha aplicado esta práctica detectivesca a cientos de tesoros hechos de letras. En el Perú tenemos muchísmos textos esperando el trabajo de los filólogos, pero las universidades no ofrecen esta titulación. El estudio del lenguaje y de la literatura se ha disociado o capaz se reducen a una difusa práctica (con muy poca teoría) de la comunicación, o al análisis (más ideológico que crítico) del discurso. La lingüística a la vez se ha hecho algo antipática y hermética incluso para los mismos profesores.

Los viejos maestros van desapareciendo. Necesitamos recuperar para el Perú la tradición –interrumpida en los años setenta cuando Escobar y luego otros migraron a los Estados Unidos– de una verdadera filología peruana o corremos el riesgo de perder en el olvido y la incomprensión el inmenso tesoro de las voces de nuestros mejores escritores.

Igual que invertimos mucho tiempo y dinero en el rescate arqueológico y en su difusión museográfica, también debemos cuidar nuestras bibliotecas y preocuparnos por difundir nuestros clásicos con la mayor dedicación y cuidado. Así convertiremos el desdén por lo que no entendemos en satisfacción y orgullo por lo que llena nuestra memoria de sentido. Y porque también puede ayudar incluso a nuestro desarrollo tecnológico, con noticias de tintes, detergentes, adhesivos o sabores naturales y hasta de exportación. Tal como se ha hecho de la tara o taya (Caesalpinia spinosa) para curtiumbres, me lo recuerda Gastón Cruz, ejemplo de riqueza promisoria que ya genera una actividad económica importante en el país.

Piura necesita de centros de investigación interdisciplinares y abiertos no para jugar a los checos sino para afrontar con nuestros propios medios –y apoyados en la sabiduría de los que nos precedieron– los retos del futuro.

Docente.

Facultad de Humanidades.

Universidad de Piura.

Artículo publicado en el suplemento SEMANA, diario El Tiempo, domingo 29 de abril de 2012.

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