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May

2012

Existe una conocida relación de vocablos tallanes con supuestas significaciones “tomadas de la tradición” que ha tenido cierto eco en la cultura local, e incluso en la onomástica comercial de la región, aunque no han recibido atención (menos aún reconocimiento) en el mundo académico nacional. No se trata de un léxico al uso, sino de […]

Por Carlos Arrizabalaga. 30 mayo, 2012.

Existe una conocida relación de vocablos tallanes con supuestas significaciones “tomadas de la tradición” que ha tenido cierto eco en la cultura local, e incluso en la onomástica comercial de la región, aunque no han recibido atención (menos aún reconocimiento) en el mundo académico nacional. No se trata de un léxico al uso, sino de interpretaciones toponímicas y patronímicas que se atribuyen a Manuel Yarlequé Espinoza (1848-1923), connotado abogado sanmarquino y destacado orador y diputado cataquense.

Manuel Yarlequé Espinoza comenzó su trayectoria siendo su padre alcalde de Catacaos, a quien apoyó como abogado de la comunidad y fundador y director, desde 1880, del periódico El Progreso de esa localidad. Su figura ha sido exaltada por Jacobo Cruz Villegas y por Cruz Sandoval en reseñas llenas de entusiasmo. El historiador Juan Paz Velázquez ha reunido también un nutrido conjunto de datos biográficos de este singular personaje de fines del siglo XIX y principios del XX y Reynaldo Moya también consigna su participación en los años difíciles.

Fue secretario de la presidencia del Consejo de Ministros y luego diputado, de 1878 a 1895. Durante la guerra con Chile combatió en la defensa de Lima, en la batalla de Miraflores. Sus comentarios en La Opinión Nacional parece que ocasionaron malestar entre los invasores por lo que se vio en la necesidad de retirarse a su distrito, donde su padre ejercía de alcalde. Así, promovió una campaña para crear escuelas en Catacaos, importó medicinas, suprimió el contrabando de las casas extranjeras y fundó la Sociedad Defensora de la Comunidad Campesina San Juan de Catacaos.

En 1885, ofreció el discurso de honor en la inauguración de un monumento a Miguel Grau, antecedente del que hoy se erige en Piura, y dos años después 1887 encabeza una colecta para erigir un monumento en Catacaos en honor al presbítero del siglo XVII, el bachiller Juan de Mori. Además, promueve la reconstrucción de la basílica de San Juan Bautista y reorganiza las cofradías de su localidad natal. No le faltan opositores, como señala Paz Velázquez, entre los que se destacó Manuel E. García, fanático pierolista que lo acusa de entregar el ferrocarril a intereses privados.

Interviene en defensa de los intereses de Catacaos contra diversos proyectos de irrigación de tierras y las pretensiones de la London Pacific Company de surtir con las aguas del Chira las explotaciones petrolíferas de La Brea y Negritos, durante el largo periodo de sequía que siguió a las inundaciones de 1891.

Aunque en su campaña política actuó como independiente, se adscribió luego al movimiento de Cáceres y fungió de secretario del Partido Constitucional. Durante el gobierno de Piérola tuvo que exiliarse en Guayaquil, donde colaboró con otros piuranos en un periódico contrario al pierolismo que sería también silenciado desde Quito.

En los años siguientes, se dedicará en la capital al ejercicio de su profesión y publicará numerosas colaboraciones en la prensa limeña, especialmente referentes al asunto de los límites de la hacienda La Brea y Pariñas, de nuevo en contra de la London Pacific. Denunciaba especialmente que la empresa ejercía un poder total sobre ese distrito y que, según él, pretendía apropiarse de todo el valle. Al mismo tiempo se le acusará de tráfico de tierras y de fraguar papeles en favor de intereses subalternos. En julio de 1918 se produjeron unos hechos sangrientos por un conflicto de tierras en Catacaos en que fueron baleados dos hermanos luego de la muerte de un comunero, y Yarlequé intervino para defender a los acusados.

En los últimos años se acercó al movimiento indigenista de Pedro Zulen y Dora Mayer, y cobra notoriedad al publicar en El Comercio y otros periódicos duras diatribas contra el gamonalismo y en defensa de los indígenas, hasta que al fin suscribe, en 1919, un extenso memorial en nombre de las comunidades indígenas del Perú dirigida nada menos que al presidente Woodrow Wilson. Todo ello lo publica al año siguiente en La raza indígena, un opúsculo de 67 páginas en que incluye “artículos y documentos interesantes”, especialmente el memorial en que implora “el amparo y protección” del Presidente norteamericano con tono trágico y grandilocuente: “nos sobran y abruman el atraso, las angustias y el dolor”.

Y propone, a continuación, emular –curiosamente– el ejemplo de Argentina, Brasil y Uruguay, países que, según él, se encaminaban en la senda del éxito, aunque éste se hubiera dado, precisamente, con una “avalancha de extraños” que no tuvo precisamente compasión con los ranqueles y otros grupos étnicos de las pampas.

Finalmente, la villa heroica de Catacaos lo nombrará hijo predilecto y pondrá su nombre a una calle y al Instituto Tecnológico Superior de la localidad.

Pues bien, el acucioso investigador Jacobo Cruz Villegas, sobrino del diputado Yarlequé, afirmaba que éste había legado un libro a la Sociedad Defensora de la Comunidad Indígena de Catacaos (institución que él mismo fundara años atrás), en octubre de 1922, en el que consignó algunos vocablos tallanes que “pudieron trasponer la tenebrosa noche de los tiempos”, recogidos “tal como se manifestaban en su época, entre sus mismos familiares, y del lenguaje propio de sus congéneres indígenas” y además “analizándolos, comparándolos exhaustivamente”. Más adelante afirma con rotundidad que Yarlequé: “alcanzó a recoger de entre los suyos, miembros de la raza           autóctona, muchos vocablos, diciendo que los dialectos tallanes nada tenían que ver con los dialectos mochicas“.

Dice transcribirlos “tal y como estaban escritos”, en un documento suscrito por el propio Yarlequé y rubricado de su puño y letra. Son las conocidas interpretaciones de “Catac Ccaos: llano grande y exuberante”, o “Ñari Hualác: ojo grande que avizora la lejanía”. En realidad, más que un glosario es una nomenclatura de topónimos y antropónimos a lo que se les asigna, sin orden aparente, su filiación a dos dinastías diferentes de gobernantes tallanes y se le trata de dar una descripción sin ningún sustento etimológico fehaciente. Los ofrece segmentados casi siempre en dos secciones de dos sílabas (tal vez influenciado por los quechuistas de su época) aunque para ello tenga a veces que forzar el étimo.

Los dio a conocer primero Carlos Robles Rázuri (1976) y luego el propio Jacobo Cruz los incluyó en su vasta recopilación histórica y documental titulada, justamente Catac Ccaos (1982), transcribiendo completamente el manuscrito. Lo hizo algo molesto por los cuestionamientos de un sechurano que les atribuía un origen “sec mochica de los sechuras” a la lengua tallán que él consideraba patrimonio cultural de la tradición cataquense. Jorge Moscol (1991) recoge algunos, lo mismo que Albán Ramos (1994), quien le añade de su cosecha algún detalle postizo, como cuando dice que Catacaos significa “llano inmenso de exuberante flora y fauna”.

En realidad no sabemos qué significan los topónimos de estas regiones puesto que no conservamos vocabularios de todas estas lenguas extintas (la que se habló en Sechura, la de los tallanes que se hablaba en Colán y Catacaos, la de Olmos ni la de los guayacundos (si es que hablaban una misma y no varias también), igual que se perdieron casi sin dejar huella el culle de Cajamarca o las lenguas costeñas y las de los cañaris y jíbaros del sur ecuatoriano.

Evidentemente la confusión de términos indica también un desconocimiento de los deslindes lingüísticos oportunos. Ignoraba también Jacobo Cruz los vocabularios de Martínez Compañón y de Spruce. El propio Cruz Villegas tampoco distingue entre lo que es una nomenclatura (una relación ordenada alfabéticamente de nombres propios: topónimos, antropónimos, etc.) y lo que sería propiamente un vocabulario de elementos léxicos (nombres comunes, adjetivos, verbos…). Y finalmente, para corolario, termina confundiendo finalmente el sec y el mochica:

“Los topónimos tallanes Arác y Alác, conciernen a la lengua tallán, mas no al Sec, cuya nomenclatura es generalizada en la lengua yunga de los mochicas y de algunos sectores septentrionales de los chimú”.

Carlos Robles solamente pretendió divulgar el material sin establecer con ello “un ensayo científico”, y más bien deseaba simplemente “crear una inquietud positiva entre filólogos y etimologistas para que ahonden en su estudio”. Necesitamos hacer estudios con verdadero rigor científico y esta suerte de elucubraciones medio fraudulentas no hacen más que incentivar una suerte de erudición ficticia que desorienta a los jóvenes que quieran dedicarse al estudio de las lenguas extintas del Perú. Y aquí hay mucho por hacer y muchas fantasías que desentrañar.

Docente.

Facultad de Humanidades.

Universidad de Piura.

Artículo publicado en el suplemento SEMANA, diario El Tiempo, domingo 20 de mayo de 2012.

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