09

Abr

2013

Cine sobre el cine: un retrato de Hitchcock

Hace poco se exhibió en Piura –y duró solo una semana– el “biopic” “Hitchcock”, dirigido por Sacha Gervasi. Anthony Hopkins interpretaba al gran director de cine británico en un doble momento de crisis: el rodaje de su magistral filme de horror “Psicosis” y las crecientes tensiones con Alma Reville, su esposa y colaboradora de toda […]

Por Manuel Prendes Guardiola. 09 abril, 2013.

hitchcockHace poco se exhibió en Piura –y duró solo una semana– el “biopic” “Hitchcock”, dirigido por Sacha Gervasi. Anthony Hopkins interpretaba al gran director de cine británico en un doble momento de crisis: el rodaje de su magistral filme de horror “Psicosis” y las crecientes tensiones con Alma Reville, su esposa y colaboradora de toda una vida.

Como espectador, el par de críticas que había leído previamente no eran como para esperar gran cosa. Ciertamente, me parece que se podría haber profundizado más en los traumas y las obsesiones del protagonista. El recurso de los ensueños donde Hitchcock dialoga con Ed Gein –el asesino que sirvió de inspiración al inquietante Norman Bates de “Psicosis”– resulta más bien pobre: nunca llegan a invadir tenebrosamente la realidad del muy lúcido, aunque maniático director. La película es rápida, lo cual no es precisamente una virtud:[1]cualquier obstáculo para la realización de “Psicosis” queda allanado de inmediato. ¿Dependencia excesiva del libro original, del que se ha querido abarcar el mayor número posible de detalles y episodios? Pudiera ser.

Pienso que tampoco está cumplido el relato principal, es decir, la compleja relación de los esposos Hitchcock, con esa mezcla de compenetración y de paciencia (que otros llamarían sumisión) por parte de Alma. Es una pena que el reconocimiento y reconciliación final no se produzcan de manera más sutil: el estallido de la esposa, en forma de discurso que une al catálogo de agravios el perfecto diagnóstico de los problemas del marido, es ya un recurso muy visto en el cine hollywoodiense.

También tengo un pero para el actor principal: por muy bien que hayan maquillado a Anthony Hopkins, y mucho que se haya esforzado en imitar el hieratismo hitchcockiano, no han conseguido borrarle la dura jeta de Nixon o del doctor Hannibal Lecter, tan difícil de trasladar a los beatíficos cachetes del personaje original (para compensar, James D’Arcy hace en sus pocas escenas un calco perfecto de Anthony Perkins, el carismático intérprete de Norman).

En suma, las críticas tenían razón. Visto con frialdad, el filme era mejorable, y así lo acabé reconociendo de vuelta a casa. Pero, para fortuna de todos, no vi “Hitchcock” en casa ni con frialdad. Será porque mi habitual dieta de cine (retazos de TV o las típicas infantilidades de cine multisala) me convierte en un espectador que, a falta de grandes tratamientos, se conforma con grandes temas.

Lo cierto es que en “Hitchcock” se contaba la historia de un artista (para mayor entusiasmo, al frente de un equipo) luchando por crear una película, y a mí se me hacía la boca agua. Que me conmoví hasta el escalofrío cuando el protagonista goza finalmente sus momentos de triunfo (como un niño o como un director de orquesta cuando, fuera de la sala, escucha los gritos del público al presenciar la famosa escena de la ducha). Que vimos a “Psicosis” tomar forma como obra de arte a partir de la colaboración de un matrimonio veterano, acostumbrado sin aspavientos a necesitarse, soportarse y admirarse, y uno recordaba nuevamente cuánto valen para la vida el trabajo y la compañera.

“Hitchcock” es, ciertamente, una película sencilla. También lo era el propio Alfred Hitchcock: la lectura de sus conversaciones con F. Truffaut, cineasta francés, muestra una personalidad sensible pero en absoluto megalómana, ejemplar si se compara con tantos genios “oficiales” y autoconscientes. Sin embargo, la figura de Hitchcock acaba resultando tan descomunal e imprescindible para la historia del cine (de la que a unos muchos nos importa, y creo que no de los más tontos) que cualquier homenaje, por fuerza, se le iba a quedar pequeño. De manera que mejor dedicarle, desde el principio, una película pequeña, que veamos con placer recordando la gran obra del mago del suspenso.


[1] Crítica literaria popular: se mueve entre “mal, es una película muy lenta” y “chévere, tiene buenos efectos”. Quien ose salirse de ese marco, tal vez sea considerado medio raro.

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