Por María Luisa Ruesta Arce

Por Julio Talledo. 09 diciembre, 2013.

Cuando los medios informan que un hijo o hija mata a alguno de sus padres con premeditación y alevosía, hay consternación pública, y rechazo de la acción y los autores. La población pide el mayor castigo, cadena perpetua; y, aunque la pena de muerte no es aplicable en el país, sale a relucir en estos casos, por la gravedad del delito. Se juzga a los parricidas, calificándolos de  “psicópatas, delincuentes, mal nacidos, hijos de satanás”, etc. Pero, ¿nacen o ‘los hacen’ así?

Como todo ser humano, los adolescentes o jóvenes que se convierten en parricidas son concebidos por un hombre y una mujer. Durante 9 meses  se desarrollan en el vientre de su madre. Están unidos a ella por el cordón umbilical, en comunicación constante e intercambio emocional. Al nacer, lactan del seno materno o por  biberón. En la primera infancia, los cuidan los padres, mientras logran grandes aprendizajes: el gateo, la marcha, las primeras palabras, el control de esfínteres, el descubrimiento del mundo por los sentidos y movimientos corporales.

En la segunda infancia, compiten con los padres, debido al Complejo de Edipo. Tienen rabietas, desarrollan la imaginación, las habilidades motoras y perceptivas, para aprender a leer y escribir. Obedecen, aprenden a juzgar y desarrollan el autoconcepto: conocen sus debilidades y fortalezas a través de los padres, que no  rivalizan por su cariño ni cumplen sus caprichos. En la etapa escolar, socializan con otros niños, hacen las tareas, respetan las normas de casa y del colegio, aprenden que es mejor decir la verdad. Los padres educan sus tendencias y sentimientos, dando ejemplo de virtudes.

En la pubertad, buscan su identidad. El púber se relaciona con otros de su edad y se aleja de los padres, sobre todo de la mamá (el varón); pero los padres tienen que estar ahí, físicamente no tan cerca, pero sí espiritual y afectivamente. Así, los hijos pueden llegar a la adolescencia sin conflictos de identidad evolutiva ni sexual, compartir con los amigos -as, estudiar, hacer deporte, experimentar el primer enamoramiento, empezar a preocuparse por el futuro y elegir la profesión. Podrán tomar sus decisiones, seguros y confiados en sí mismos, en sus padres y en el mundo.        

Lactancia y aceptación del individuo

A principios del siglo XX, Erikson, autor de la teoría Psicosocial del desarrollo, dijo que la confianza o desconfianza con el mundo se adquiere en los primeros meses de vida, según la satisfacción de las necesidades básicas, especialmente la lactancia que debe relacionar a la madre y al bebé de forma, mutuamente satisfactoria. Esto generará  autoconfianza en el niño, por ser aceptado y digno de ser amado. De lo contrario, el individuo crecerá insatisfecho y arrancará de  los demás lo que quiere.

Rene Spitz, psicoanalista, estudió en 1965, la importancia de la relación y el clima afectivo entre la madre y el bebé, desde el amamantamiento, que da alimento para el cuerpo y  para todo el ser; este es una comunicación privada y exclusiva con la madre. Spitz rechazó toda hipótesis sobre la presencia de procesos intrapsíquicos  como el pensamiento, la percepción y la voluntad al momento de nacer, como si el nuevo ser fuera un papel en blanco. Se dedicó  a estudiar  los efectos de la separación de los padres, en los primeros años de vida,  por pocos días, en caso de hospitalización del bebé; o por más tiempo, en caso de abandono.

Estudió la Depresión anaclítica, caracterizada por la pérdida del entusiasmo, la alegría  y las ganas de vivir, en los primeros años. El bebé  sufre cambios en la conducta, después de ser separado de la madre biológica u otra persona que la sustituya. La tristeza es extrema: llanto constante, retraimiento, rostro inexpresivo, rígido, con la mirada perdida y desinterés por lo que está alrededor. Hay pérdida de apetito, alteración del sueño, enfermedades infecciosas. El contacto humano  con otras personas es difícil. Los niños con este trastorno habían sufrido la traumática experiencia de ser abandonados por la madre o sustituta, por más de tres meses, sin que ningún adulto llene este vacío.   Entonces, Spitz  creía que para prevenir trastornos afectivos era suficiente observar  la relación madre –  bebé, desde el nacimiento. 

La relación mamá-bebé: estudios actuales

Actualmente los estudios se hacen en la etapa prenatal. Se afirma que desde el cuarto mes el feto ya es capaz de percibir el afecto y la ternura que le prodigan desde el exterior. Thomas Verny, psiquiatra fundador de la Asociación Psicológica Pre y Perinatal, en su libro “La vida secreta del niño antes de nacer” (1981), dice: “el feto puede ver, oír, experimentar, degustar, aprender de modo primitivo, pero lo más importante es que puede sentir”.

En la Conferencia de la Organización Mundial de Educación Prenatal, en  2001, el Prof. Peter G. Fedor- Freyberg – Universidad de Estocolmo, se refirió a una niña que rechazaba obstinadamente el pecho de la madre; en cambio, succionaba adecuadamente la mamadera y se aferraba al pecho de otra mujer, mamando vigorosamente. ¿El antecedente? la madre quiso abortar a la niña,  no lo hizo solo porque su pareja no estuvo de acuerdo. En otro caso: una mujer que tenía  una exitosa carrera de leyes en París, sufría episodios depresivos e intentó suicidarse varias veces. Se supo que su madre había intentado abortarla. Ambos casos son ejemplos  de cómo influyen los sentimientos negativos de la madre en la afectividad del hijo, que rechaza a quien lo rechaza y actúa como por mandato del  inconsciente.

Algunas reflexiones

Al engendrar un bebé en un “vientre de alquiler” ¿será posible que la madre ame al bebé que, entregará después a otra mujer, a cambio de dinero?  ¿Se podría hablar de amor en esta situación? Por otro lado, una mujer que no ha concebido en su vientre al bebé, podría darle o no, el afecto y la ternura que necesita y ser feliz con su existencia. Ejemplos de padres que han adoptado  y han creado lazos sanos y fuertes, son muchos. Pero, también hay casos de falta de  conexión emocional, por incapacidad maternal; trastornos de personalidad: afectivos, depresivos, neurosis, psicopatía, etc.

Los estudios revelan que las actitudes y sentimientos de la madre influyen en las futuras reacciones emocionales y la conducta del hijo-a. Una madre  estresada o angustiada hará que el feto se mueva con más fuerza. Las emociones liberan sustancias químicas en el torrente sanguíneo, pasan al bebé, en segundos, a través de la placenta. La ira produce adrenalina; el estrés, corticol; la euforia, las endorfinas, etc.

El final puede ser feliz

Un bebé debe ser esperado por papá y mamá, recibir el calor del cuerpo de la madre, ser bien criado y educado: con amor, disciplina, esfuerzo mutuo, presencia física,  moral y salud mental de los padres. Estar bien “papeao y apapachao”, como dice la campaña actual de RPP, para sensibilizar a la sociedad sobre el tema, por la importancia que tiene.

Se llega a ser un adolescente y adulto sano, educado, bien formado y feliz, cuando los padres hacen un buen trabajo desde antes de la concepción. La prevención de trastornos de los hijos, exige luchar contra la irreverencia ante las cosas de Dios y la presión de  ideologías que  desequilibran la función maternal y paternal, los conceptos éticos de la vida y el matrimonio, los fundamentos del amor conyugal y filial. La garantía para llegar a ser un adulto equilibrado  es ser hijo de una buena madre, y de un buen padre, también.

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