Empieza a ser un lugar común afirmar que el desarrollo de una ciudad no consiste en que los pobres adquieran vehículos nuevos, sino en que los ricos utilicen el transporte público. Creo que no viene mal recordar esta frase cuando uno se encuentra en medio de uno de nuestros frecuentes atascos. Casi todos los expertos […]

Por Juan Ramón Selva. 03 junio, 2013.

Empieza a ser un lugar común afirmar que el desarrollo de una ciudad no consiste en que los pobres adquieran vehículos nuevos, sino en que los ricos utilicen el transporte público. Creo que no viene mal recordar esta frase cuando uno se encuentra en medio de uno de nuestros frecuentes atascos.

Casi todos los expertos están de acuerdo en que la solución no está en ampliar las pistas. Sobre todo en Piura, donde las ciudades tiene una densidad relativamente baja, y en la que se cuenta -según mi parecer- con una razonable capacidad vial urbana.

En este punto, podemos aprender mucho de la experiencia europea: hace cincuenta años se pensó que las nuevas infraestructuras viarias supondrían la desaparición del entonces incipiente aumento exponencial de vehículos en el interior de las ciudades. El problema del tráfico, sin embargo, se agravó, dejando tras de sí una herencia de asfalto de dudosa belleza. Costó mucho tiempo y plata recuperar el espacio para el peatón.

Al urbanista no le es tan fácil determinar cuál es la mejor medida para acabar con la proliferación vehicular que padecemos (combis, ticos, moto taxis y, en los últimos años, motos lineales). El debate está abierto, y es fácil encontrar partidarios tanto de un control más serio de la formalidad -taxímetros y placas, ante el exceso de autos-, como de un sistema de pagos por el uso de las pistas -más peajes para disciplinar el tránsito-. Es una cuestión política y administrativa.

El refuerzo del transporte público, no obstante, se erige como una medida necesaria para una sana convivencia entre peatón y conductor. Y aquí es donde el diseño urbano tiene mucho que decir, sobre todo en la reserva de los espacios adecuados para los desplazamientos sostenibles (carriles reservados, ciclovías, etc.).

Otra decisión saludable sería la de apostar por la peatonalización progresiva del centro histórico: no solamente se reforzaría el actual veto a los vehículos ligeros, sino que se recuperaría el sentido originario de la actual escala urbana. Pasear por Piura se convertiría en un verdadero encuentro ciudadano.untitled

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