Hace poco, hablando con un grupo de empresarios salió el tema del poder. Ante una de las preguntas, no me pude resistir hablar de su patología. Qué duda cabe de que el poder es muy difícil de ser ejercido adecuadamente. El ejercicio adecuado del poder solo es para personas realmente maduras, ya que es muy […]

Por Genara Castillo. 26 julio, 2013.

Hace poco, hablando con un grupo de empresarios salió el tema del poder. Ante una de las preguntas, no me pude resistir hablar de su patología. Qué duda cabe de que el poder es muy difícil de ser ejercido adecuadamente. El ejercicio adecuado del poder solo es para personas realmente maduras, ya que es muy difícil escapar a las posibilidades que se abren a partir de él.

Por otro lado, la neurosis del poder es un riesgo que está al alcance de todas las fortunas. Así, inicialmente se manifiesta con una ansiedad –interna o disimulada o explícita– y nos admira el ver cómo se despliega la escalada de ir copando todos los ámbitos posibles, haciendo alianzas con un cálculo y un pragmatismo que te hiela el cuerpo; entonces, el siguiente paso está servido: es inercial: consiste en ejercitar el poder para acrecentarlo.

Las consecuencias no son solo el autoritarismo, que impone las propias consignas o ideas, ni tampoco es la apariencia de eficacia que conlleva y que es como una construcción de hielo con fecha de caducidad; sino que lo peor es que la neurosis del poder destruye a las personas que lo ejercen y a su entorno, ya que ese abuso mina a personas e instituciones.

La patología lleva a ponerse una venda sobre los ojos, con el agravante de que los demás que intuyen su peligrosidad tampoco se atreven a denunciarla por la cuenta que les trae, por miedo o por comodidad, pero el dejarlo pasar es contraproducente, ya que una persona aquejada de esa patología se va convirtiendo en un monstruo que ya nadie podrá parar.

Qué distinto es, en cambio, el espíritu de servicio cuando es auténtico, cuando no intenta controlarlo todo, cuando confía en las personas, cuando sabe escuchar, cuando respeta y no excluye a nadie; cuando no se busca figurar ni los privilegios que el poder otorga, cuando saben pasar ocultos. Por eso, es muy significativo que las personas que deberían tener poder sean aquellas a las que no les gusta tenerlo.

Dios, que tiene el máximo poder, no lo usa para auto afirmarse ni para su propio beneficio, sino para servir a los demás, para sacrificarse por el bien de todos hasta el punto de dar su Vida en nuestro beneficio, por amor. Los ángeles hacen lo mismo: la jerarquía es servicio; por eso, los ángeles custodios están al servicio del ser humano. En esa línea el Papa se suele llamar el “siervo de los siervos de Dios”, y por eso tiene tanta “llegada” al corazón de todos, y por ello también, su liderazgo es indiscutible. Quizá podamos aprender de este testimonio.

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