07

Abr

2014

Diálogo por la vida

Es conveniente considerar las raíces del problema que lleva a una movilización masiva como la producida en Lima el 22 de marzo de 2014: la Marcha por la Vida. Si bien es cierto no es la primera de su tipo, reclama ser tenida en cuenta.

Por Luis Eguiguren. 07 abril, 2014.

luis eguiguren

Luis Eguiguren Callirgos, Dr. en Filosofía por la Pontificia Universita Della Santa Croce, Italia.

Es conveniente considerar las raíces del problema que lleva a una movilización masiva como la producida en Lima el 22 de marzo de 2014: la Marcha por la Vida. Si bien es cierto no es la primera de su tipo, reclama ser tenida en cuenta.

Impresiones inmediatas sobre la Marcha se han registrado en los medios de comunicación. Por un lado elogio e impulso y, por otro, críticas adversas. Se ha desarrollado un considerable debate.

Un ejemplo de valoraciones opuestas de la Marcha, es el artículo a favor aparecido en el Diario Correo de Lima el viernes 21 de marzo, escrito por Martín Santiváñez y denominado: ¡Marcha por la vida!; frente al artículo en contra titulado “La dictadura de la fe” publicado el jueves 20 de marzo en el Diario “El Comercio” de Lima, por Patricia del Río.

Lo que aquí se propone es considerar la exposición de dichos escritos indagando respecto a las posibilidades de encontrar condiciones diálogo entre las dos posiciones.

Para esto, se ha estimado provechoso recordar y tratar de aplicar uno los principios fundamentales de la Dialéctica clásica forjada desde los albores del humanismo griego. Cabe recordar que, el desarrollo de la Dialéctica como saber normativo de la discusión, que llevaron a cabo y enseñaron los sofistas, motivó el desarrollo de la ética socrática buscando el bien integral del ser humano y tratando de reconocer las limitaciones del bien que puede obtenerse por la aplicación de los saberes técnicos.

Sócrates, Platón y Aristóteles se admiran ante la habilidad de los sofistas de poder transformar los argumentos más débiles en los más fuertes, es decir, con palabras actuales, en convertir lo políticamente incorrecto en correcto.

No cabe duda de que, comúnmente, el diálogo es apreciado como algo muy importante para encontrar la mejor solución a las posiciones opuestas que se presentan ante un problema que afecta a todos como es, en este caso, la valoración de la vida humana.

Para establecer un diálogo fructífero y no quedarse tan sólo en la formalidad de un debate exitoso, según Platón, se requiere un cierto aprecio mutuo entre los que participan. Se enfrentan ideas para alcanzar el bien común, no se enfrentan personas como enemigos buscando el gusto de la victoria.

La Dialéctica busca determinar las reglas del dialogo y reflexiona sobre ellas. Se trata de normar la actividad en la que dos expositores ofrecen tesis opuestas frente a un problema y ante el público interesado en encontrar solución. Para que el debate sea trascendente, para que vaya más allá de la mera erística, es preciso, a todas luces, evitar el uso y, peor aún, el abuso de los llamados por Aristóteles: argumentos sofísticos.

Entre los argumentos sofísticos está el denominado tradicionalmente: “ad hominem”, en él se centrarán estas líneas. Consiste en destacar, durante el debate, supuestos aspectos negativos ―políticamente incorrectos― de quien defiende la postura opuesta a la propia. Se trata de traer a colación aspectos que no se relacionan directamente con el tema en debate. Se procura que el público rechace al contrincante como incompetente para ofrecer razones válidas que lleven a una solución. Más que analizar los pros y contra de los argumentos del adversario, en cuanto se refieren al problema que se pretende resolver; lo que se hace, al usar la falacia “ad hominem”, es motivar un rechazo del mismo adversario, mostrando que no es sujeto digno de ser escuchado. En lugar de presentar pruebas objetivas que lleven al auditorio a reconocer o no la evidencia directa ―la validez― de los argumentos, materia de debate, lo que se hace, al recurrir a la falacia “ad hominem”; es tratar de suprimir la credibilidad del adversario ante el público interesado por el debate. Se acude pues a la fe del público. Se intenta procurar que no confíe en el adversario, y no considere así ―seriamente― nada de lo que sostiene. Se pretende lograr, por tanto, que los argumentos del contendor no sean confrontados con los que esgrime quien emplea la falacia “ad hominem”.

Lo esencial de la Dialéctica queda entonces entenebrecido por la falacia “ad hominem”. Lo esencial citado es demostrar que, derivando las consecuencias de lo sostenido por el contendor, existe contradicción entre ellas. De esta manera, el argumento que encierra contradicción es el que debe dejarse de lado y asumirse el argumento contrario.

A continuación se presentan los dos artículos citados al comienzo de este escrito y, además otro de Luisa Morcos en respuesta al de Patricia del Rio. Cada uno de los lectores podrá observar hasta qué punto, en esta confrontación, los autores acuden a la falacia “ad hominem”, factor que ―como se acaba de mostrar― dificulta el diálogo y, consecuentemente, el encontrar soluciones satisfactorias que lleven a mejores formas de vida para todos.

Artículos:

¡Marcha por la vida! , por Martín Santiváñez

Dictadura de la fe, por Patricia del Río.

Más de 250.000 en contra del río, por Luisa Morcos. Vocera de Marcha por la Vida

 

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