Hay dos aspectos básicos del habla infantil sobre los que don Samuel Gili Gaya, eximio profesor y lingüista español, disertó en su discurso de incorporación a la Real Academia Española, en 1961. Él reconoce en el habla infantil dos procedimientos que permiten a los niños, que empiezan a dar sus primeros pasos en el lenguaje […]

Por Shirley Cortez González. 01 septiembre, 2014.

Hay dos aspectos básicos del habla infantil sobre los que don Samuel Gili Gaya, eximio profesor y lingüista español, disertó en su discurso de incorporación a la Real Academia Española, en 1961. Él reconoce en el habla infantil dos procedimientos que permiten a los niños, que empiezan a dar sus primeros pasos en el lenguaje hablado, ir apropiándose de su lengua y valerse de ella para expresar su mundo interior: la imitación y la creación.

Los niños, indudablemente, aprenden a hablar primero por imitación; esto es, el habla de los padres, del entorno cercano, social, les sirve de modelo para sus primeras palabras y, luego, oraciones. Sin embargo, esta imitación no es mecánica, sino «selectiva y condicionada, de un lado por sus vivencias, y de otro por los recursos verbales que sabe manejar». Advertimos aquí, la enorme importancia de los modelos lingüísticos con que el niño entra en contacto desde edad temprana, que ayudan a configurar no solo su riqueza léxica sino su capacidad de pensar y de simbolizar su pensamiento a través de la lengua.

Pero el niño también “crea” su lengua: tiene «la capacidad de combinar los recursos lingüísticos para ajustarlos a vivencias que nunca se repiten idénticas». No nos serán ajenas palabras inventadas por cada niño, que luego con el modelo adulto terminan por desaparecer o que se guardan de recuerdo en el seno familiar En el ámbito gramatical, el llamado pretérito imperfecto de “ficción” es usado casi exclusivamente por los niños en sus juegos: “Yo era el bueno y tú me querías atrapar”, que Gili Gaya atribuye a una analogía con el uso del imperfecto en los cuentos tradicionales: “Había una vez”; “Esto era un rey que tenía…”.

En conclusión, la actividad imitadora no es como la del loro, que repite mecánicamente; la del niño es una imitación creativa. El modelo adulto le sirve de punto de partida, pero no limita su accionar. No nos preocupemos solo de corregir los errores (*sabo, *cabo, *traí…), pues llegados a la “edad de la razón” se darán cuenta ellos mismos; lo importante es admirar y entender esa capacidad de salirse de lo esperado, de lo normado; disfrutemos con sus ocurrencias creativas.

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