Por Luis Guzmán Trelles, Docente de la Facultad de Educación.

Por Karen Santillán. 26 mayo, 2014.

Muchas son las formas léxicas para dirigirnos al ser que nos dio la vida: “madre”, “mamá”, “mamita”, “mami”, “mamacita”, “mamacha”, “mamaíta”, “ma’”, “‘amá”. Obviamente, cada uno de estos términos tiene, además de un valor altamente lingüístico, un incalculable valor afectivo.

Iniciemos con “madre”, término que, entre sus muchos significados, el DRAE (2001) define como ‘hembra que ha parido’ o ‘hembra respecto de su hijo o hijos,’ y por tal acción les agradecemos en demasía. Es una expresión que solemos usar otorgándole un sentido más formal: “Adoro a mi madre”.

“Mamá” es un término coloquial bastante difundido: “Mi mamá es una mujer excepcional”. En el Diccionario hispano-latino (1495) de Nebrija, “mama” significa ‘Madre de niños (latín mamma)’. “Mama” llegó al castellano del latín como palabra grave. La forma aguda “mamá” fue asumida en el siglo XVIII por influencia de la afrancesada corte española de la época, que quiso imitar el francés “maman”, fue admitida por la Real Academia Española en 1803.

“Mamita” y “mamacita” son diminutivos cuyos sufijos –ita, -cita indican cariño. “Mami” es un acortamiento de mamita, metaplasmo por supresión de fonemas (apócope). “Mamacha” y “mamaíta” son vocablos regionales empleados en las zonas de la sierra y la selva del Perú y en países sudamericanos como Chile, Bolivia y Ecuador.

“Ma’” y “‘amá” son acortamientos en extremo coloquiales. En ma’ se ha producido apócope: supresión del sonido ma al final de la palabra, y en ‘amá, una aféresis o supresión del sonido m al inicio de la palabra.

Como vemos, valen todas la explicaciones lingüísticas, pero lo importante es que, diga como se diga, les deseamos ¡Feliz día, mamá!

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