Perfil del Padre Vicente Pazos González, Vicario Regional del Opus Dei y Vice Gran Canciller de la Universidad de Piura, que comparte con nosotros el doctor Francisco Bobadilla.

Por Francisco Bobadilla Rodríguez. 27 mayo, 2015.

El Padre Vicente Pazos González (1931-2015) falleció en la madrugada de ayer. Fue Vicario Regional del Opus Dei y Vice Gran Canciller de la Universidad de Piura: estuvo en el alumbramiento de este proyecto universitario y animó su desarrollo durante las dos primeras décadas de su funcionamiento. Aragonés de nacimiento y de temple. Mente de estratega y resistencia de fondista. Forma parte de esa estirpe de miembros del Opus Dei formados al calor de la palabra y el abrazo del mismo San Josemaría. Se tomó en serio el ideal de hacer divinos los caminos, valles y quebradas por donde transitamos las mujeres y hombres de ayer, de hoy y de mañana.

En dibujo a pluma alzada lo primero que resalta en él es su discreción y recato. Usaba las palabras justas al estilo de Azorín. Ideas altas en frases cortas. Su pensamiento fue claro; su vida, sencilla. No hubo adjetivos ripiosos ni en su escritura ni en su predicación. Y así fue su propia biografía, sustancial, sin artificios, gastada como se consumen las ascuas colocadas al fondo de la hoguera.

Le tocó por oficio ser piso para los demás y tuvo que navegar en aguas revueltas, aquellas  de las décadas que van de los sesenta a los ochenta del siglo pasado. Para nosotros ya es pasado, pero él vivió esos años y se dedicó a hacer una siembra de paz y de alegría en tiempos en los que la furia de las aguas, tantas veces, era poca propicia a los proyectos que entendieran la integridad de la condición humana, no sólo como hambre de pan sino, también, como hambre de Dios, en certeras palabras  de San Juan Pablo II.

Desde mi época universitaria hasta el día de ayer he tenido la oportunidad de verlo, oírlo, vivir con él; mirar, conversar y aprender. Me resultan especialmente entrañables los últimos años que estuvo en Piura. Le encantaba ir a la playa y lo hacíamos a la primera que se podía. Coco Arens tenía la gentileza de prestarme su casa. Se sentaba en la terraza y pasaba horas mirando el mar. Ahora podrá mirar el océano de belleza y plenitud que es el rostro de Cristo, a quien a tantos y tantas enseñó a querer.

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