"La voluntad de diálogo y el impulso por encontrar una solución pacífica a este largo conflicto debe aprovecharse, a pesar de las voces críticas y de las dificultades que se puedan presentar" (S. Mosquera).

Por Susana Mosquera Monelos. 03 octubre, 2016.

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Esta semana, La Habana ha aparecido en las cabeceras de noticias de todo el mundo con las imágenes de la firma del acuerdo de paz entre el gobierno y las FARC. Con este acuerdo, Colombia ha dado un paso de gigante para terminar con el conflicto armado interno más antiguo que se conoce. Y, por ello, hay que expresar reconocimiento y alabanza hacia los actores protagonistas de este histórico momento, por las cesiones que han hecho y por el esfuerzo a favor de la reconciliación. Pero, las dudas que surgen sobre el escenario futuro son muchas.

El conflicto interno en Colombia tiene causas que se remontan a un tiempo anterior a la aparición de las FARC. Causas que enlazan con la desigual distribución de la tierra y los recursos económicos del país,  en un escenario de conflicto social que tiene como factores de enfrentamiento la política liberal, la extracción de recursos, la distribución de las tierras, las multinacionales, el problema del narcotráfico; unos temas que lamentablemente resultan muy familiares para otros países latinoamericanos.

Encontrar solución al conflicto social que late detrás de este conflicto armado no será tarea sencilla. El primer paso para lograrlo era el diálogo de paz; pero, para hacer que esa paz sea duradera habrá que llegar a la raíz de esos problemas que desencadenaron la guerra en un inicio.

La comunidad internacional ha seguido de cerca este diálogo y ve con buenos ojos el acuerdo inicial alcanzado, sabiendo que muchos son los pasos que quedan por dar. El primero y más significativo será lograr que el acuerdo pase exitosamente el referéndum nacional que muy acertadamente ha convocado el presidente Santos para blindar esta paz frente a futuros gobiernos. A la espera de que ese primer escollo se supere, quedará por delante una importante labor de reconciliación nacional que solo podrá acometerse con seriedad si se toma en consideración la importancia que tiene la reparación de las víctimas.

La justicia transicional, de la que nadie quiere hablar para no enturbiar este momento histórico, está ahí como una espada de Damocles sobre guerrilleros y paramilitares que deberán responder por los más graves crímenes de lesa humanidad que hayan cometido.

La visita que en breve realizarán inspectores de la ONU a los campamentos va en esa dirección. Algunas voces críticas han señalado los puntos débiles que tiene el acuerdo de paz en ese aspecto, al incorporar una cuestionable fórmula de amnistía que limita la reclamación de responsabilidad y que rebaja mucho las exigencias del derecho internacional en la materia. Pero, ese ha sido el pago debido para lograr que la guerrilla se siente a negociar. Muchos confían en que la justicia llegue por vías indirectas y que incorporando a los guerrilleros y paramilitares a la sociedad se logre depurar responsabilidades por otros medios. Confiemos en que así sea.

La sociedad colombiana tiene derecho a superar este conflicto construyendo un país para todos, que responda a la realidad multicultural de los pueblos que lo forman. Las FARC tendrán la oportunidad singular de participar políticamente en esa reconstrucción, convirtiendo en políticos los que antes fueron argumentos violentos. Para llegar con éxito a ese punto, será necesario mucho perdón y mucha reconciliación ciudadana pues de otro modo la división y el rencor no dejarán curar las heridas.

La voluntad de diálogo y el impulso por encontrar una solución pacífica a este largo conflicto debe aprovecharse, a pesar de las voces críticas y a pesar de las dificultades que se puedan presentar.

Habrá que resocializar y educar a los guerrilleros en una cultura democrática, habrá que convencer al gobierno (al actual y a los siguientes) de que debe poner en marcha una solución para los problemas de tierras que tiene Colombia; habrá que dar esperanza a los miles de desplazados que dejan décadas de conflicto; habrá que dar una solución a las víctimas, habrá que hacer muchas cosas; y, la presencia del narcotráfico y de otros grupos guerrilleros todavía activos dentro del territorio nacional no facilitará la tarea. Pero, como dijo Dickens, “El hombre nunca sabe de lo que es capaz hasta que lo intenta”, y si algo merece la pena ser intentado es ofrecer a las generaciones futuras un ejemplo memorable de que invertir en la solución pacífica de las controversias es más rentable que invertir en bombas.

(Artículo publicado en el suplemento Semana de El Tiempo, el 2 de octubre de 2016).

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