Empezar, caminar y terminar son acciones que marcan el ritmo de la vida. Basta que nos fijemos en los ajetreos realizados durante las navidades y en los años viejos para

Por Francisco Bobadilla Rodríguez. 08 enero, 2016.

Por Francisco Bobadilla Rodríguez
Vicerrector adjunto Campus Lima
Universidad de Piura
Empezar, caminar y terminar son acciones que marcan el ritmo de la vida. Basta que nos fijemos en los ajetreos realizados durante las navidades y en los años viejos para comprender la importancia de ponerle plazos a las metas que aspiramos. No estamos pensados (ni creados) para un ritmo interminable de tareas; tampoco estamos en condiciones de llevar sobre nuestros hombros el peso del mundo, menos, sin alguna pausa. El inicio y el durante de la vida es una carrera y no basta correr para llegar, hay que trotar en la pista.
Cada tarea, como cada inicio de año, es mejor si procuramos vivirlo ilusionadamente. Hay que hacerle frente al cansancio, los desencantos, las repeticiones y los días grises, enemigos de la capacidad de alegrarnos ante un futuro que, aunque no lo tenemos, podemos alcanzar. Cuando hay ilusión, el camino se nos hace más corto, más fácil; inclusive se llega antes y el cansancio cansa menos.
La ilusión se nutre de una convicción: es posible alcanzar metas y mejorar. Precisamente, la ilusión pone la mirada en el futuro y goza en presente –hoy, ahora– de sus frutos. Tiene, también, un enemigo interno: el pesimismo, que lleva al desencanto, a la acidez espiritual y al cinismo. Para el pesimista (ya sea en su versión de «negativo» o de «cínico»), simplemente, no hay nada que hacer, las cosas son y seguirán siendo las mismas. El «negativo» es gris, solo sabe de sufrimiento. El «cínico» es la otra cara de la misma moneda. No está dispuesto a cambiar, está satisfecho con lo que es. Su mirada es fría, calculadora. Es como es, punto.
Para muchos de nosotros este no es el primer año de vida. Llevamos varias decenas encima, pero esto no nos exonera de la ilusión de vivir. Ilusiones que nos hagan empinarnos tirando hacia arriba. Poco habremos avanzado si con los años solo nos ha quedado la manía de matar cigüeñas y dejar sin cartas a Papá Noel y al Niño Dios. Los grandes y pequeños proyectos requieren, también, de un poco de magia, colores, aromas y ensueños.
Y de todos los emprendimientos que podemos asumir, el mayor está en hacer de nuestra vida una vida lograda, plena. Ilusión grande por llegar a ser felices aquí y allá. Y, el consuelo de un Dios artesano –padre y madre al mismo tiempo–, dispuesto a unir las piezas rotas o despostilladas del vaso frágil de nuestra biografía personal.
 

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