20

Nov

2017

La magíster Priscila Guerra, docente de la Facultad de Humanidades, reflexiona sobre la lección de la clasificación al mundial que invita a cada peruano a tener más garra y asumir su compromiso con el país.

Por Tania Elías. 20 noviembre, 2017.

El miércoles en clase, a pocas horas antes del partido, dije a mis alumnos: “si perdemos contra Nueva Zelanda, tranquilos, no será el fin; y si ganamos, ¡excelente!, pero tampoco estará todo solucionado”. Empiezo con esta idea porque uno de los errores que puede tener algún hincha fanático es el de absolutizar el valor y la importancia del fútbol hasta el punto de verlo como aquel faro a partir del cual gira toda su vida.

Después de 36 años, hemos clasificado al mundial y este es un motivo para estar contentos. El logro de nuestros jugadores es una buena razón para celebrar. Este acontecimiento anima a seguir luchando y nos recuerda el significado de la esperanza [la paciencia a que suceda un bien]. Así pues, Gareca, Cueva, Farfán, Ramos, Guerrero, y los demás integrantes del equipo ya hicieron su parte; pero, ¿acaso la entrada peruana al Mundial de Rusia 2018 soluciona –automáticamente- los problemas actuales de violencia, corrupción e inseguridad social?, ¿soluciona los estragos del Niño Costero? La respuesta es un concluyente “no”, pero que esto no nos baje los ánimos… Más bien, se trata de invitar a tener más garra y entusiasmo para no olvidar que todo peruano, al igual que nuestra selección de fútbol, sigue teniendo pendiente hacer lo suyo: cumplir con lo que le corresponde en el estudio, en el trabajo, en la familia, en su lugar en el mundo y en la vida compartida que tiene con los demás.

Por tanto, los peruanos tenemos el reto de realizar, con inteligencia y voluntad, nuestra tarea [misión] en el territorio que habitamos. Y que nuestras celebraciones vayan al ritmo de nuestro compromiso con la vida, con la pobreza, con el progreso, la seguridad y el respeto hacia los otros. Cambiemos el ‘chip’ de que celebrar es quedarse hasta la madrugada, gritar hasta asordar a los vecinos, tomar licor hasta perder la conciencia o gastar el pago de la quincena a pesar de que al día siguiente no se tenga para la alimentación del hogar. Posiblemente, celebrar no consista en exigir el feriado ‘porque sí’ (para seguir tomando y gastando sin moderación), sino tomarse el día libre para una buena acción, o trabajar o estudiar y así celebrar.

Artículo publicado por la Mgtr. Priscila Guerra Lamadrid en el diario El Tiempo, el sábado 18 de noviembre de 2017, en la sección Opinión.

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