Desarrollaré el tema planteado, en este titular, a partir de una historia de la vida real.

Por Jorge Gallo. 26 enero, 2017.

Hace algunos años un joven profesional fue contratado como asistente de una determinada área dentro de una gran empresa. Le fueron asignadas una serie de tareas y responsabilidades. Un jueves por la tarde su jefe le dijo que necesitaba, ‘para mañana, antes de las 5 p. m.’, un reporte sobre las ventas del mes, desagregado por vendedor, producto y zona.

El muchacho se preguntaba si, con el tamaño que tenía la empresa, no era posible obtener esos datos de algún “sistema de información gerencial” o similar. Hizo algunas averiguaciones pero no encontró ayuda.

Ese jueves se quedó hasta tarde tratando de encontrar la información solicitada y casi todo el día siguiente lo dedicó a lo mismo. Con mucho esfuerzo, terminó el informe antes de la hora señalada y lo dejó en el escritorio del jefe.

Más tarde, se dio cuenta de que había omitido una importante información por lo que supuso que una vez que el jefe se percatara de ello le llamaría la atención. Para su sorpresa, el lunes por la tarde el informe seguía exactamente en el mismo lugar donde había sido dejado el viernes anterior. Pasados dos días, preguntó al jefe si le pareció bien el reporte y este le dijo que sí y que todo estaba bien.

Él, sorprendido por esto, comentó lo sucedido con algunos empleados jóvenes quienes le dijeron que en la empresa los jefes tenían la costumbre de pedir información, que fácilmente podía obtenerse del sistema, y que lo hacían para ‘meter presión’ a los nuevos; además, le dijeron, nunca leían los informes solicitados.

¿Qué creen que pasó las siguientes veces? Pues este joven, que debía estar en ‘plan de formación’ recibió una pésima lección que seguramente repetirá cuando le toque ser jefe.

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