15

Jun

2017

El padre es mejor por su hijo, y este por su padre. Pero, además, como cada amor es distinto, cada hijo, con su amor, regala a su padre una mejor versión de sí.

Por César Chinguel. 15 junio, 2017.

Padre e hijo

Resulta imposible dejar de lado mi experiencia de padre mientras escribo estas líneas. No podría comentar sobre la paternidad sólo desde un plano teórico, pues cada uno de mis cinco hijos y obviamente mi esposa han contribuido a formar mi visión de ella.  Así pues, pido disculpas si en estas líneas va algo de mí que no debiera estar, pero no sé hacerlo de otro modo.

En un matrimonio antes que padres somos sobre todo esposos. Papá y mamá son padres el uno por el otro. La paternidad y la maternidad son conceptos abstractos muy queridos pero limitados. Solo cuando estos conceptos se encarnan en una persona concreta cobran vida; solo cuando se habla de este papá o esta mamá, es cuando esos conceptos trascienden el mundo de lo teórico y se convierten en una realidad tan misteriosa como sorprendente, tanto, que hace posible engendrar nuevas vidas, nuevas personas.

En un mundo como el nuestro, aturdido por ideologías y desorientación mediática, es bueno volver serenamente la mirada hacia el origen de cada uno, de cada una. Allí, encontramos siempre a un papá y a una mamá concretos, ordinarios, con virtudes y defectos, con muchos defectos. Encontramos a un varón y una mujer que cooperaron casi sin darse cuenta con la vida, con nuestra vida y con la eternidad. Ser un papá y ser una mamá son dimensiones distintas de un mismo origen personal.

Quiero centrarme en la paternidad. Ser padre es un privilegio inmerecido, un regalo y una muestra desconcertante de confianza del Creador en personas tan limitadas como nosotros. Ser padre es sorprenderse cada día al contemplar a sus hijos. A cada hijo, porque un papá “no ama a sus hijos” en plural, en grupo. Un papá ordinario ama a cada hijo en singular con un amor único, irrepetible. No se ama a dos hijos del mismo modo, cada hijo, por ser persona, hace nacer en su padre un “amor paterno” distinto y nuevo.  Un amor que los une de una manera especial y los mejora cada día, independientemente de las dificultades propias de la vida. Cada hijo renueva a su padre.

En el origen de la vida nace un vínculo que une exclusivamente a cada padre con su hijo y viceversa, vínculo que no se puede romper. Es lo que hace tan entrañables las expresiones: “mi papá” y “mi hijo”. El hijo no sólo necesita un padre, sino que cada hijo concreto necesita a “su” padre. El amor de cada hijo hace florecer en él su mejor versión. El padre es mejor por su hijo, y este por su padre. Pero, además, como cada amor es distinto, cada hijo regala a su padre – con su amor – una mejor versión de sí. Esto se entiende fácilmente cuando se tiene una familia numerosa, como se le denomina ahora.

Para un padre, el éxito de su familia, y obviamente el de cada hijo, es que todos sean felices. Y esa felicidad se forja en lo cotidiano, en los claroscuros de la vida ordinaria, donde estamos cada uno como somos. Esa forja se vive más allá de la salud y la enfermedad, con medios o sin ellos, en el descanso o en el agotamiento, trasciende a las dimisiones materiales; ese crisol en el que se forja la felicidad son los amores que unen a la familia, en la que el amor del padre es de radical importancia.

(Instituto de Ciencias para la Familia, ICF de la Universidad de Piura)

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