09

Ago

2018

JUAN PABLO VIOLA

Una reflexión serena sobre la corrupción

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Romper lo establecido socialmente es mucho más gravoso y culposo que robar dinero. El dinero va y viene, dicho de manera simplista, pero lo que se rompe es mucho más complejo y oneroso reponer.

Por Juan Pablo Viola. 09 agosto, 2018.

La palabra “corrupción”, tan usada estos días por la prensa peruana, viene del verbo latino “corruptio” y, etimológicamente, significa en su primera acepción: “acción o efecto de destruir o alterar globalmente por putrefacción”. Asimismo, el término “corruptio” está conformado por la raíz del verbo “rumpere”, que significa “quebrar, partir, hacer pedazos, hacer estallar”.

En la opinión pública, se ha instalado por sinonimia la idea de que corrupción es robo, soborno, coima, etc. Pero, atendiendo a los tecnicismos lingüísticos referidos, tenemos que corrupción no es solo quedarse con dinero ajeno, sino que es también pudrir, romper, roer hasta hacer caer, corroer lo que se encuentra en buen estado.

Conviene que no pase desapercibido este significado latente de la palabra ya que la acción de prevaricar del funcionario público, que puede o no estar acompañada de la acción de robar, necesariamente conlleva la ruptura del orden social ganado, y reordenar lo que se ha roto lleva más tiempo y esfuerzo que la mera acción de poner orden.

Por ello, romper lo establecido socialmente es mucho más gravoso y culposo que robar dinero. El dinero va y viene, dicho de manera simplista, pero lo que se rompe es mucho más complejo y oneroso reponer. Ahí radica, en mi opinión, la gravedad moral de los casos de corrupción.

Una de las soluciones que se pueden aventurar para este flagelo latinoamericano es la concienciación del ciudadano, la apuesta por una educación en la honestidad y la justicia, la rehabilitación de los valores morales de un humanismo a la griega, la reedición de una ética cristiana para los que han sido bendecidos con esta fe.

El gran desafío está en que esta posible solución no es una vía ni simple ni automática. Además, si bien la educación formal ayuda y mucho, no llega “al hueso” del problema. En cambio, la educación de la intimidad, que solo está encargada a la familia, puede revertir semejante conflicto. Pero, ¿quién salva a las familias corrompidas? He ahí el gran desafío del hombre latinoamericano de buena voluntad.

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