02

Nov

2020

Artículo de Opinión

La acción directiva: ciencia y experiencia

Para quienes nos dedicamos a la formación de empresarios existe, entre otras, una preocupación de fondo: cómo ayudarlos a comprender la conexión entre los conocimientos (saber teórico) y la acción práctica (praxis).

Por Paul Corcuera García. 02 noviembre, 2020.

 

La pandemia, además del profundo dolor humano ocasionado, ha producido fuertes estragos y pérdidas materiales en el sector empresarial, pero también retos que se traducen en los aprendizajes para atender las exigencias de adaptación y para aprovechar las nuevas oportunidades.

Para quienes nos dedicamos a la formación de empresarios existe, entre otras, una preocupación de fondo: cómo ayudarlos a comprender la conexión entre los conocimientos (saber teórico) y la acción práctica (praxis, como la expresaban los filósofos). El problema que se origina por la disociación entre la teoría y la práctica no es reciente y se evidencia de múltiples maneras en el funcionamiento y en la operación diaria de las empresas. La búsqueda de resultados económicos puede restar valor, involuntariamente, a la reflexión y al análisis que se obtienen por medio de conceptos, herramientas y competencias adecuadas.

En la empresa, como en la actuación humana en general, disponer de algunas categorías conceptuales sólidas contribuye a acrecentar el desarrollo de las competencias de todos los involucrados; también las directivas. Siendo importante este acrecentamiento, resulta crucial en quienes tienen labor de gobierno en las organizaciones. La experiencia nos ha demostrado cuán decisivo resulta el “árbitro del partido”. Entender estas dos formas distintas e interdependientes de conocer y profundizar la realidad es un ejercicio intelectual por demás enriquecedor.

Teoría y praxis no son lo mismo, pero no contribuye tratarlas como realidades separadas, sino como dos caras de una misma moneda –la realidad-. Así, en la acción personal están estrechamente vinculadas, por ejemplo, en la adquisición de competencias, reflejando el saber y cómo aplicarlo, aportando significativamente en la toma de decisiones correctas.

La empresa es, por ello, un ámbito privilegiado para la evaluación –a priori– de consecuencias de las decisiones y para la implementación de los procesos asociados a su función primaria (contribuir a la sociedad), perfeccionándolos, aprovechando la valía de los dos tipos de conocimiento. El saber práctico (experiencia) se verá beneficiado del saber teórico y el avance científico continuo en este campo.

Toda acción humana tiene un fin específico y un fin genérico. El primero se orienta al logro del resultado buscado por la acción concreta. Es el caso de un jefe de planta, cuando consigue que se alcance la cuota de producción prevista, o de un profesor, cuando investiga aspectos de su especialidad. El fin genérico, por su parte, está asociado a la contribución al desarrollo que hace el propio decisor al realizar la acción. En sentido estricto, este perfeccionamiento necesariamente está relacionado con el de aquellas personas con las que se relaciona y vincula. Qué conlleva y cómo se logra la perfección de una persona es un tema central de la ética; ciencia que habrá que desempolvar para adentrarnos en su conocimiento.

Cuando se la toma en cuenta no solo se estará concretando la conexión entre teoría y práctica en el ejercicio empresarial, sino que también se habrá dado cabida a la evaluación de la eficacia de una acción y de su consistencia, es decir, a su valor ético. A decir del profesor Carlos Llano Cifuentes, uno de los fundadores del Ipade de México y doctor honoris causa por la Universidad de Piura, una empresa rentable y competente es todo un reto, pero hacerla rentable, competente, única y humana eleva el desafío directivo a un nivel superior de exigencia. La dirección, más que arte o ciencia, es un saber prudencial valiéndose de la recta razón para orientar la acción y reducir el riesgo de acciones injustas. Nada menos y nada más.

Cualquier planteamiento que ignore las consecuencias inmanentes de las decisiones en las personas y se reduzca a valorarlas desde el punto de vista de lo que produzcan externamente será, además de un tratamiento incompleto de la realidad, ineficaz en el largo plazo. Cualquier directivo con algunos años de experiencia y algunos errores a cuestas sabe que generar un mayor grado de confianza es condición sine qua non para la consecución de objetivos a lo largo del tiempo.

Cuánto conviene, en estos tiempos, recordar estas cuestiones y volver a las fuentes.

Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.

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