Con esta situación llegaremos al bicentenario, pero la reflexión crítica que hagamos al respecto ahora sí debería impulsar la acción para el cambio a mediano y largo plazo

Por Elizabeth Hernández. 10 agosto, 2020.

En el 2021, el Perú conmemorará oficialmente el bicentenario de su independencia, ello en virtud de asumir la proclamación de la independencia de Lima como la fecha clave en torno a la cual se empezó a construir un discurso homogeneizador del proceso. Sin embargo, los estudios han demostrado que aquel momento fue un hito más dentro de la gran historia de la independencia nacional.

Como dice P. Ortemberg, a partir del 28 de julio de 1821 se empezó a crear un imaginario común mediante una ritualidad, una simbología, un calendario patrio y el establecimiento de instituciones en la búsqueda de legitimidad política y de una unidad nacional patriota que reafirmase voluntades. “El patriotismo está en pañales” escribió Torre Tagle a San Martín, evidenciando que la causa de la patria tenía que luchar no solo contra las fuerzas realistas, sino también contra las inseguridades, temores, miedos y cambios de bando en el largo camino a la consumación de la libertad proclamada.

El 28 de julio de 1821 no es el inicio ni el cierre, es solo una convención que nos hemos dado al ir construyendo nuestra comunidad política. Durante mucho tiempo, esta fecha ha sido el emblema de que efectivamente la proclama patriótica vitoreada por San Martín hacia el futuro en aquel día hace 199 años continuaba siendo valedera. Las circunstancias actuales ponen en duda esta certeza. Ya es lugar común decir que la pandemia actual ha desnudado carencias, debilidades y todos nuestros horrores. Por tanto, y mucho más ahora, el bicentenario del 28 de julio debería “resignificarse” en el presente con el análisis de todo lo que nos falta construir como país.

El Estado y las clases dirigentes han de cumplir su cometido de eliminar la fragilidad política y el abismo social, parafraseando a Basadre, y deberían poner en ejecución un verdadero proyecto nacional de largo aliento y de amplio alcance que incluya a todos. El bicentenario del 28 de julio tiene que asumir y renovar los propósitos de todos aquellos que a lo largo de estos cerca de 200 años han imaginado, teorizado e ideado nuestro país en distintos frentes. No hay duda de que se ha avanzado.

Pero presenciamos, incluso antes del coronavirus, el colapso de los servicios básicos, la corrupción, la violencia contra la mujer, el olvido de los requerimientos mínimos para el bienestar común. Con esta situación llegaremos al bicentenario, pero la reflexión crítica que hagamos al respecto ahora sí debería impulsar la acción para el cambio a mediano y largo plazos, como ha pasado con los grandes logros sociales de nuestra historia. Esa debería ser nuestra auténtica conmemoración.

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