Ya es lugar común decir que la pandemia actual ha desnudado nuestras carencias, debilidades y todos nuestros horrores. El bicentenario del 28 de julio tiene que asumir y renovar los propósitos.

Por Elizabeth Hernández. 03 agosto, 2020.

En 2021 el Perú conmemorará, oficialmente, el bicentenario de nuestra independencia, ello en virtud de asumir la proclamación de la independencia de Lima como la fecha clave en torno a la cual se empezó a construir un discurso homogeneizador del proceso. Sin embargo, como sabemos, los estudios han demostrado que aquel momento fue un hito más dentro de la gran historia de independencia nacional, la cual no estuvo exenta de fisuras, conflictos, rivalidades locales y regionales, fidelidades, rupturas, guerra y represión.

Como dice P. Ortemberg, a partir del 28 de julio de 1821, se empezó a crear un imaginario común a través de una ritualidad, de una simbología, de un calendario patrio, y del establecimiento de instituciones en la búsqueda de legitimidad política y de una unidad nacional patriota que reafirmase voluntades. “El patriotismo está en pañales” escribió Torre Tagle a San Martín, evidenciando que la causa de la patria tenía que luchar no solo con las fuerzas realistas, sino con las inseguridades, los temores, los miedos y los cambios de bando en el largo camino a la consumación de la independencia. El mismo Torre Tagle se pasó a las filas realistas en 1824. Y hubo regiones que proclamaron su independencia después de la batalla de Ayacucho. La independencia del Perú por tanto es profundamente complicada y no acepta una única lectura.

El 28 de julio de 1821 no es el inicio ni es el cierre, es solo una convención que nos hemos dado al ir construyendo nuestra comunidad política. Durante mucho tiempo esta fecha ha sido el emblema de que, efectivamente, la proclama patriótica vitoreada por San Martín hacia el futuro en aquel día hace 199 años seguía siendo valedera. Las circunstancias actuales ponen en duda esta certeza. Ya es lugar común decir que la pandemia actual ha desnudado nuestras carencias, debilidades y todos nuestros horrores. Por tanto, y mucho más ahora, el bicentenario del 28 de julio debería “resignificarse” en el presente con el análisis de todo lo que nos falta construir como país.

El estado y las clases dirigentes han de cumplir su cometido de eliminar la fragilidad política y el abismo social, parafraseando a Basadre, y deberían poner en ejecución un verdadero proyecto nacional de largo aliento y de amplio alcance que incluya a todos. El bicentenario del 28 de julio tiene que asumir y renovar los propósitos, no solo de los que apostaron por la causa patriota, sino los de todos aquellos que, a lo largo de estos casi doscientos años, han imaginado, teorizado e ideado nuestro país en distintos frentes. Son dos centurias de promesas con frecuencia incumplidas.

No hay duda de que se ha avanzado. Pero estamos presenciando, incluso previo al coronavirus, el colapso de los servicios básicos, la corrupción, la violencia contra la mujer, el desplazamiento a pie de cientos de peruanos huyendo del desempleo, el olvido de los requerimientos mínimos para el bienestar común. Con esta situación llegaremos al bicentenario, pero la reflexión crítica que hagamos al respecto ahora sí debería impulsar la acción para el cambio a mediano y largo plazo, como ha pasado con los grandes logros sociales de nuestra historia. Esa debería ser nuestra auténtica conmemoración.

 

Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.

Comparte: