El P. Miguel Medina, administrador de la Arquidiócesis de Piura, tiene mucho amor y carisma que se evidencian en su trabajo con niños, jóvenes y padres de familia

Por Olivia Orrego Córdova. 04 diciembre, 2012.

Padre Miguel Medina

El Padre Medina estudió secundaria en el colegio Miguel Cortés; al terminar, se vería casi obligado a continuar el nivel superior. Sus hermanos mayores estaban en la universidad y él no sería la excepción. En 1974 ingresó a la Universidad de Piura en el primer puesto. Eligió Administración de Empresas, aunque nunca se vio como administrador, soñaba con ser ingeniero o aviador pero las condiciones económicas limitaron su ilusión. Fueron cinco años de sacrificio y duro estudio. Los tres primeros significaron riqueza y rigurosidad en cultura general, marcando con disciplina su vida futura.

Terminó el primer ciclo con catorce de promedio y lo consideró aceptable. Su asesor, el doctor José Ramón de Dolarea, no opinó lo mismo y lo expresó con tinta roja y letra grande ‘MEDIOCRÓN’. “Fue una anécdota que marcó mi vida porque siempre me estimula a dar lo mejor que tengo; a hacer las cosas con pasión y si Jesús tuvo su pasión por mí, yo corresponderé apasionadamente”, enfatiza.

Nunca descuidó lo académico; pero tuvo gusto único por la guitarra y el canto, lo que originó conflictos con su padre. A pesar de ello, formaba grupos de música con sus compañeros para entonar valses, tocar huaynos y marineras en Cafetería. También integraba el equipo de fútbol de Empresas y se emociona cuando recuerda que la ‘naranja’ goleaba a la ‘granate’ y a la ‘verde’, únicos equipos de entonces. Cuando reúne a jóvenes les comenta que envidia la pasión de ‘trinchera norte’ (barra de la “U”). “Cantan, bailan, saltan, alientan a su equipo noventa minutos ¿y en la misa? No reaniman ni participan. Misas sin pasión, sin alma, cuando las celebraciones deberían ser así de entusiastas, en las que niños y, hasta ancianos, corran, no detrás de la pelota sino de Jesucristo, de su palabra y estilo de vida”, anota.

Despertar al sacerdocio

Su vocación sacerdotal no nació, según nos cuenta, sino que despertó, apareció dentro de sí como una llamada de Dios para algo magnánimo. “Dios ha dado a todos todo para ser grandes, la diferencia está en las condiciones que, en algunos, avivan esa vocación de seguirlo para siempre. Y en ello influyeron papá y mamá, quienes inculcaron el bien en sus ocho hijos. Los llevaban a misa de cinco de la mañana, en brazos, cultivando devoción y fervor en los más pequeños”.

Siente cierta frustración cuando algunos lo tachan de serio “es pura cara”, dice. Le encanta trabajar con familias, jóvenes y, sobre todo, con los niños. Es más, reta a los papás a que sus hijos los abracen más que a él. Considera que los niños son la opción pastoral, pues en ellos está el futuro de la Iglesia. Con sonrisas en los labios, dice que se les debe querer muchísimo, pero al mismo tiempo se necesita formarlos: “querer no quiere decir que uno sea bonachón”, resalta.

Juan Pablo II

Recuerda momentos emotivos junto al beato Juan Pablo II, cuando fue su ordenación sacerdotal, hace ya veintiocho años. “Nos preparábamos para el rito final. Consistía en acercarse al Papa y decirle “muchas gracias Santo Padre” en latín. Imaginé que su Santidad estaría cansado de oír lo mismo y pedí a unas monjitas polacas—que trabajaban por esa época conmigo—que me enseñen esas palabras en Polaco. Allí estaba el Papa con los ojos cerrados, su rostro lucía cansado y había mucho sol sobre él. Tocó mi turno; me acerqué y pronuncié la frase en polaco. Tan luego escuchó, abrió sus ojos y, me dio una palmadita impresionante en la mejilla, no te imaginas cuánto”.

Administrador

Desde 1984 es el administrador de la Arquidiócesis y busca fondos para sostener a futuros sacerdotes y continuar acciones sociales de la Iglesia. “Nuestro trabajo es un programa de ‘autosostenimiento’ para ello”.

Vitral de San Josemaría en Catedral de Piura

Vitral de San Josemaría en la Catedral San Miguel de Piura, recién puesto en su remodelación junto con los vitrales de la Virgen de las Mercedes, San Juan María Vianney y el Beato Juan Pablo II.

En la Catedral de Piura vio las cuatro ventanas antiguas y pensó en colocar vitrales. “Sabía que ‘La Mechita’; San Juan María Vianney, patrono de los sacerdotes y Juan Pablo II son santos importantes para Piura y pensé en San Josemaría Escrivá de Balaguer, como el último vitral en homenaje al patrono de la UDEP, por el bien que hace a Piura, a la casa de estudios y a los profesionales que salieron de sus aulas. La Catedral era el marco justo y hermoso para mostrar nuestra gratitud”, afirma.

Comparte: