Desde el 2010, en el marco de las celebraciones por el Bicentenario, las excolonias hispanoamericanas han repotenciado un conjunto de investigaciones históricas con interesantes reflexiones de índole antropológica, social, militar, política, económica y religiosa, ampliando y mejorando la comprensión de la sociedad que protagonizó la lucha por la independencia.

De los aspectos mencionados, hay uno que ha sido considerado ‘no científico’, ‘poco interesante’ o ‘difícil de abordar’: el religioso. Este –a mi modo de entender– es una pieza clave del gran puzle que significó el virreinato peruano desde el momento de la conquista hasta más allá de lograda la independencia.

Los estudiosos Rubén Vargas Ugarte, Manuel Marzal, Armando Nieto Vélez, Matilde López, Lorenzo Huertas, Daniel Restrepo, Carlos Gálvez, Alejandro Diez Hurtado, Elizabeth Hernández y pocos más han centrado su atención en la Iglesia Católica, en la jerarquía eclesiástica, en instituciones religiosas, en algunos santos y festividades, pero no en las respuestas otorgadas por una gran masa de feligreses, seguidores o detractores de las prácticas religiosas de su época.

Este vacío temático ha dado lugar a investigaciones como aquella titulada Religiosidad en el Partido de Piura durante el proceso de la Independencia, 1780-1821, que aporta reflexiones en torno a las repuestas que suscitaban los desastres naturales y a su encausamiento religioso o al adoctrinamiento de los indios y la feligresía en general, a los problemas que tales enseñanzas y doctrinas generaban, a los niveles de incumplimiento de los diferentes preceptos y mandamientos, a los intentos de reformas religiosas propuestas por el obispo Martínez Compañón (1737-1797) y a las peculiaridades suscitadas durante la celebración de la misa, de los sacramentos y de las fiestas religiosas, sobre todo, después de 1821 cuando se había logrado la autonomía política.

El panorama virreinal no estará completo mientras no podamos establecer semejanzas y diferencias de expresiones religiosas entre los feligreses de las distintas intendencias en que se dividía el virreinato peruano.

Por ello, espero continuar en este camino asegurándoles que, penetrar en las mentes y sentimientos de los hombres del pasado no resulta imposible, aunque sí difícil. Existen fuentes en los distintos archivos y bibliotecas regionales que esperan por investigadores acuciosos dispuestos a escudriñar no solo en instituciones religiosas como cofradías, conventos, hermandades y otras, sino también en vidas particulares de personajes desconocidos que formaron parte de una sociedad tan peculiar como la nuestra.

Continuemos profundizando en la historia cultural del Perú virreinal, pues solo así aportaremos bases sólidas para seguir en franco desarrollo.