En el añejo lenguaje universitario —el latín— el título de este artículo significa: por medio de la actividad docente —docendo—aprenderás —doceberis—. Me es grato confesar que esto es lo que he experimentado, vivido intensamente, gracias a Dios, desde que empecé a trabajar en la Universidad de Piura, en marzo de 1988, cuando era inminente la celebración del vigésimo aniversario de la UDEP.

Estimo que, entonces, tuve la fortuna de apreciar algo del espíritu de los primeros tiempos, forjado por los pioneros del campus en Piura. El ambiente acogedor de todos los integrantes de la comunidad universitaria me invitaba a sumarme a este, a pesar de tantos defectos propios, que se destacaban frente a las virtudes de aquellos personajes que eran, y son, los cimientos de nuestra institución académica.

Hace 34 años, las circunstancias en el Perú y en Piura no eran fáciles para ir adelante, tampoco hoy lo son, no cabe duda. Recordar las vivencias de aquellos tiempos es un estímulo para enfrentar, con optimismo cristiano, los acontecimientos que van sucediendo: luces y sombras.

Las propuestas del fundador de nuestra universidad, San Josemaría Escrivá, las noté arraigadas en personas que nos han precedido: serenidad, sano entusiasmo, confianza en la Providencia, magnanimidad, constancia, fortaleza, prudencia, orden: Dios; los demás y yo, en último lugar. Sería muy largo enumerar tantos valores que vi realizar tesoneramente en las acciones cotidianas de personas ejemplares que nunca olvidaré.

Hube de aprender a vivir en la ciudad del eterno calor. Al fin y al cabo, fue muy llevadero tal aprendizaje, gracias al cálido acompañamiento de todos a quienes iba conociendo en el campus.

Cuando me incorporé a la UDEP ya tenía una experiencia universitaria —como alumno y docente—y laboral —planta industrial y laboratorio— en mi especialidad, Ingeniería Química. Ciertamente, hay que ser muy mesurado cuando se presenta la tentación de hacer comparaciones: solo Dios es bueno, nos dice Jesús en el Evangelio. En la mayor intimidad reconozco tantos y tantos motivos para darle gracias a Él, por haber compartido los años de vida que me ha dado con personas de tanta talla humana en la UDEP. He aprendido muchísimo de ellos y se los agradeceré siempre. Han sido años llenos de aventuras maravillosas, procurando contribuir al crecimiento del saber junto a jóvenes estudiantes, cachimbos, sobre todo.

Ya para terminar, me refiero a un recuerdo que asocio al ingeniero Ricardo Rey Polis, primer rector de la UDEP. Al empezar mi enseñanza de Filosofía en la Facultad de Ingeniería, Clemencia Seminario —secretaria entonces— me entregó un escrito de don Cristóbal de Lozada y Puga: un buen profesor debe exigir a sus alumnos, procuro nunca olvidarlo.