Poeta, docente y apasionada por los misterios del mundo y la existencia del ser, Cynthia Briceño comparte con nosotros su mundo interior mediante llamativos versos. A diferencia de muchos, ella es una de esas personas que supo desde muy pequeña a qué quería dedicarse por el resto de sus días. “A los ocho años ya escribía acrósticos y versos. Ya en la secundaria estaba decidida a formarme para ser profesora de literatura”, dice. Mientras lo comenta, un brillo excepcional ilumina su mirada.

¿Desde cuándo supo que quería dedicarse a la literatura?

Cuando leía mis primeros cuentos, novelas y poemas ya empezaba a cuestionarme sobre la vida y el comportamiento de las personas. Mis primeras lecturas me acercaron a diferentes tipos de seres humanos y me hicieron conocer realidades que, a mi corta edad, desarrollaron una gran sensibilidad y empatía con la felicidad y el sufrimiento del hombre: gran paradoja de la vida. Asimismo, fui descubriendo que el lenguaje literario constituye un recurso maravilloso de trascendencia humana, una forma excepcional de recrear la realidad. Al mismo tiempo, esto me despertó un gran interés por que los demás conocieran y valoraran las diferentes y extraordinarias obras literarias. Así fue creciendo en mí la vocación por enseñar literatura y por escribir.

¿Recuerda cuándo escribió su primer poema? ¿De qué se trataba?

A los ocho años ya escribía acrósticos y versos que presentaba en alguna tarea escolar o en las tarjetas de cumpleaños que les entregaba a mis familiares y amigas. Hubo una época en que no podía irme a dormir sin antes haberle dejado unos versos a mamá sobre la mesa de noche para que ella los encontrara, cuando llegara de estudiar de la universidad. Mi madre todavía conserva algunos de ellos. Recién en el segundo ciclo de mi carrera compuse mi primer poema. Me gustó mucho y lo conservé. Se titula «Llamada perdida» y aparece en mi poemario Torna sol (2017). El poema trata sobre el tiempo, las palabras y el dolor que quedan atrapados en el recuerdo de una canción de la infancia.

¿Qué la inspiran a la hora de escribir?, ¿en qué momentos lo hace?

No tengo un horario. La inspiración te asalta y… dispara. El único momento en el que ella no puede irrumpirme es cuando dicto clases, aunque algunas veces se ha atrevido… Lo que suelo hacer por las noches es revisar y darle cuerpo a los versos que nacieron ese día o a aquellos que dejé dormir por un buen tiempo. ¿Qué me inspira? La vida misma, la condición humana: creo que el hombre está hecho de polvo, de espíritu y de tiempo, y me conmueve cómo en función a ello gira su existencia. La naturaleza, al igual que el ser humano, no deja de sorprenderme; cuando más me acerco a ella, más compleja, atractiva y sublime se vuelve. La naturaleza, en todo sentido, es una prodigiosa fuente de metáforas y sabiduría.

¿Quiénes son sus autores favoritos?

Son mis favoritos porque me inspiran, porque me prestan sus anteojos para leer el mundo, porque me cuestionan. La lista es extensa, te menciono solo algunos de los que estoy leyendo últimamente: Chesterton, Pedro Salinas, Rafael Alberti, Susanna Tamaro, Alejandro Casona, Valdelomar y Ribeyro.

¿Cuál cree que es el secreto para redactar buena poesía?

No hay secretos ni estrategias ni métodos; la poesía misma es un misterio. La buena poesía es la que aparece cuando, mediante el lenguaje oral o escrito, se ha nutrido de la vida.