Si algo no ha cambiado, desde que renunció al Ministerio de Agricultura de Piura es la movilidad. Aún, ir y venir desde el sector Oeste donde vive, le resulta complicado. Sin embargo, al llegar a la UDEP se enfoca en su trabajo, siempre dispuesta a servir.

Llegó en 1978. Beatriz Podestá, la entonces secretaria del Consejo Universitario, se iba a Lima. Entonces, Vilma comenzó sus tres meses de prueba en la UDEP. Luego pasó a apoyar la Facultad de Comunicación (entonces Ciencias de la Información). “Fue genial. Era vida con todos los alumnos. Organizábamos actividades con las alumnas y viajábamos al campo, a Canchaque”, recuerda.

Diez años después, le comunicaron que apoyaría al Consejo Superior, por las tardes. “Esa misma semana me dijeron que sería todo el día. ¡Me engañaron! (ríe). Me cambió el chip porque era una cosa tan distinta”, comenta.

Su oficina quedaba entonces el edificio principal, así que, al pasar, sus amigas levantaban la mano para saludarla. “Yo las veía a través del vidrio. Luego pusieron lunas pavonadas.
“¡Encierro total!”, bromea. Había que adaptarse a las nuevas circunstancias y lo hizo. Su objetivo era sacar adelante el trabajo que le confiaban.

Desde entonces, ha acompañado las gestiones de los rectores Antonio Mabres, Sergio Balarezo y Antonio Abruña. Ha aprendido mucho de ellos, de los decanos y las personas que de alguna manera se han relacionado con el Consejo Superior, como las doctoras Marisa Aguirre o Isabel Gálvez: “La primera, un referente en puntualidad y exigencia; y la segunda, posee gran delicadeza para enseñar”.

Vilma tiene claro que el avance de la Universidad ha dependido siempre de todos los que la conforman y de su responsabilidad para cumplir con su labor. “En la Secretaría de
Consejo Superior se sacan muchos temas. Es un trabajo muy bonito porque, como decía San Josemaría, detrás de los expedientes hay personas. Entonces, pensar en eso te ayuda a agilizarlos. Hay muchísimo trabajo, pero se hace con gusto”.

La Universidad ha crecido mucho académicamente y en infraestructura. Vilma no deja de maravillarse: “Es grandioso pensar, como decía San Josemaría, que todo lo grande nace
pequeño”.

Desde el Consejo, ve cómo salen las cosas, “con mucho esfuerzo”. Menciona al ingeniero Lira, dedicado por muchos años a las gestiones económicas para pedir ayuda para un edificio. “Como él, siempre ha habido gente dedicada a pedir y gestionar ayuda para que las cosas salgan. Por eso, en la Universidad te enseñan a cuidar porque todo es resultado del esfuerzo de muchas personas que van dejando sus vidas para que sigamos creciendo”.

Donde estemos, escondidas o visibles, hacemos mucho por la Universidad. Si ponemos lo mejor de cada uno, tenemos la
seguridad de que todo saldrá bien. (Vilma Ruesta)

La UDEP es mi familia

Vilma siente que la Universidad es como su hogar: “Salvo por mis vacaciones, siempre he estado aquí. He visto crecer a los alumnos, como personas y profesionales”. Aunque está casi todo el día en el campus, no deja de estar pendiente de su mamá, Ofelia, de 93 años, junto con sus hermanos, a quienes ayudó a salir adelante, desde que su papá falleció.

Estas cuatro décadas, ha visto cómo se ha ido modernizando la UDEP. “Antes, hacíamos turno (días y horas señalados) para pasar las notas en el Centro de cómputo en Ingeniería. Ahora, cada uno tenemos computadora personal y hay sistemas que procesan la información”, refiere. Por ejemplo, en nuestra área existe un sistema de gestión de expedientes de los temas que se evalúan; y se actualizan de forma inmediata. Actualmente, los documentos tampoco se imprimen o ponen en un sobre para su despacho; el envío es electrónico, refiere.

Muchas cosas han cambiado, pero la esencia de la Universidad sigue siendo la misma, como el cuidado de los detalles y el servicio a los demás. (Afirma convencida)