“Educar, al fin y al cabo, no es una ciencia exacta”
María del Carmen Barreto Pérez es ingeniera industrial, doctora en Educación, profesora universitaria y una eterna aprendiz. Ha dedicado más 40 años a formar educadores y a inspirar una educación basada en el aprendizaje de lo extraordinario a partir de lo cotidiano.
Mary Carmen (prefiere que la llamen así) es profesora de la Facultad de Ciencias de la Educación, donde ha impartido y sigue impartiendo diversos cursos de ciencias y ha realizado varias investigaciones sobre educación.
Nos explica su labor educativa desde una perspectiva ontológica: aquella esencia, o fondo estratégico, que permite que el verdadero aprendizaje sea posible; pero, aclara, no existe una fórmula única para enseñar. “Educar, al fin y al cabo, no es una ciencia exacta”.
Una semilla de curiosidad
La fascinación de Mary Carmen por la ciencia y la educación nace en su infancia, inculcada por sus padres. De su madre, por ejemplo, descubrió conceptos tan universales como el día y la noche o la germinación de las plantas con elementos tan ordinarios como una pelota de plástico, una linterna y una semilla de maíz. “Creo que por ahí nace mi estilo de enseñar”.
Para una niña que le costaba entender “cosas” en el colegio, este tipo de instrucción mejoró su entendimiento del mundo y sus fenómenos. A los 15 años, quería ser ingeniera química. “Tenía el típico kit de química en mi casa y me gustaba hacer experimentos”. Sin embargo, no existía entonces una profesión especializada en esa rama en la Universidad de Piura y optó por una carrera afín: Ingeniería Industrial.
Ya en la universidad, junto a su padre, un ingeniero mecánico, desarmaba motores y equipos, para que ella conociera el funcionamiento interno de las máquinas o la aplicación de la física en estas. “Por supuesto que luego no sabíamos armarla”, narra sonriendo.
Siendo alumna, era ayudante en el Laboratorio de Química, lo que le facilitó un acceso invaluable a libros de Química y a prácticas experimentales de los estudiantes de ciclos superiores. Más adelante, fue jefa de prácticas. En el verano de 1983, hace una estancia en la Universidad de Nápoles en el grupo de Química Teórica que estaba a cargo del doctor Giuseppe del Re, de allí nace el tema de su tesis y dos artículos uno de los cuales se publica en 1987 en la revista J. Phys. Chem Solids, que está indexada en Scopus (Q1). Hacia 1984, Mary Carmen recibe la propuesta de ser docente en la UDEP, lo cual, evidentemente, encajó con su propósito de vida: educar, estudiar e investigar.
“Hacer las cosas lo mejor posible”
En cada clase, Mary Carmen busca y descubre distintas maneras de llegar a sus estudiantes: “Enseñar conlleva servir a los demás, pensar en los alumnos como personas; que el profesor y el alumno lo pase bien en clase, sin descuidar la exigencia”, comenta.
Hay algo de ciencia en la frase “intentar hacer las cosas lo mejor posible”, que Barreto expresa en diversas ocasiones; y esto, en su filosofía educativa, significa “un proceso de constante descubrimiento y aprendizaje”.
Esta concepción de la vida la aplica a lo que considera su mayor logro: sus hijos. “Uno siempre traza una idea de lo que pueden ser y pones todos los medios para lograrlo; es satisfactorio sentir que hemos hecho lo posible para que sean lo que son”.
En 1987, Marycarmen se casó con Dante; tienen dos hijos. Lo conoció en su preparación para ingresar a la universidad. Hoy, la familia ha crecido; tienen tres nietos y otra en camino.
Ciencia y persona, en todas partes
En su labor docente, Mary Carmen utiliza múltiples estrategias, como la ‘ciencia mágica’ o la ‘construcción de mecanismos’. “Puedes explicar, de forma sencilla, los principios de la ciencia o la física”. Así, cuando sus alumnos se conviertan en educadores harán lo mismo en sus escuelas.
Sabe que faltan laboratorios en algunos colegios del país, especialmente en los de zonas rurales, donde enseñan algunos de sus exalumnos. Por ello, Mary Carmen se apoya en estrategias que aplican lo ordinario y casero, para despertar la creatividad y el espíritu de trabajo de sus estudiantes.
“¿Cuál es la ventaja de estas estrategias? Que el estudiante o el grupo no las aplican solos. Ellos hacen su planteamiento y tienen asesorías. Esos espacios te ayudan a conocerlos más. Hay una cercanía profesional y puedes aprovecharla para personalizar la trasmisión de conocimientos y valores”, manifiesta.
¡Lo apasionante de enseñar es que no te aburres nunca!, asegura.
El legado y búsqueda constante
Ser profesor significa ser docente de aula, asesor en este apoyo personalizado que brinda la universidad y, en algunos casos, mentor en esa particular relación de desarrollo personal y profesional con un discípulo.
Barreto aprendió estas virtudes de los doctores Ramón Mugica, Miguel Samper, Isabel Gálvez y Carmela Aspíllaga, a quienes agradece por su pedagogía humana y profesional.
Y, así como sus maestros impactaron en ella, Mary Carmen también ha dejado una huella en sus alumnos. “Me marcaron su minuciosidad para explicar y su didactismo. Su legado está en su formación disciplinar, su trato humano, laboriosidad y cercanía con los estudiantes”, dice Emma Carreño, una de sus exalumnas; ahora, profesora de Matemática y Física.
“Los chicos han ido cambiando a lo largo del tiempo. Eso te reta a buscar otras estrategias para acercarte y transmitirles cosas. En este sentido, un experimento es la ocasión propicia para trabajar en grupos pequeños y dialogar con ellos”, señala Mary Carmen.
Para ella, una clase es trascendente cuando un estudiante se hace preguntas y se ilusiona por su carrera, o, más aún, cuando la formación del profesional parte de su deseo de seguir aprendiendo. “Miren a los ojos a sus alumnos y den lo mejor de sí para que ellos se formen bien”, recomienda.
Un rastro en el camino
Antes de despedirnos, le preguntamos cómo se define. Es una pregunta difícil, pide tiempo para responder, a pesar de que últimamente “le ha estado dando muchas vueltas”, expresa.
Finalmente, recuerda una anécdota que, de alguna forma, resume su labor: “Hace poquito salió el nombramiento magisterial. A cinco de los nombrados los asesoré en sus tesis, la mayoría focalizada en la enseñanza de las ciencias por indagación. Les escribí: “¡Felicitaciones, qué orgullo!”. Y, alguno me contestó: ‘Ese es su legado— porque usted me ayudó. Si no hubiera sido por su exigencia, yo no hubiera obtenido este nombramiento’”.
El legado, después de todo, quizá se trate de la inspiración que uno deja en el camino.