Etimológicamente, “comunicación” procede del adjetivo latino communis, que significa algo poseído solidariamente por varios. La Real Academia Española la define como “unión que se establece entre ciertas cosas, tales como mares, pueblos o casas, mediante pasos, crujías, vías, canales y otros”; “trato o correspondencia entre dos personas”, “transmisión de señales mediante un código común al emisor y receptor”.

Como vemos, destacan palabras relacionadas con la comunicación (“unión”, “común”, “transmisión”), lo que en el ámbito pedagógico nos plantea estas interrogantes: ¿qué es la relación educativa? y ¿qué es la comunicación educativa?

Los padres, como primeros educadores, están llamados a establecer una buena comunicación con sus hijos. Por extensión, los maestros asumen dicha responsabilidad. El profesor Francisco Altarejos dice que el educador, “al enseñar, se comunica de un modo particular, diverso del informador o comunicador público, aunque también se dirija a un grupo humano; la diferencia no está en el número de receptores de su acción, ni en las condiciones del canal comunicativo, sino en la índole de la acción”. Lo esencial de la comunicación educativa está en la acción de aprender: será más efectiva en tanto el alumno asimile las lecciones. En este marco, nace la relación “educador y educando”.

Según Paciano Fermoso, la riqueza del ser humano no se agota en sí misma, sino que pide entrar en contacto con realidades diferentes para enriquecerse y donar y, sobre todo, para autorrealizarse, ya que su propia entidad exige relación. La relación educador-educandos será ‘educativa’ si supone una ayuda para que los alumnos se autorrealicen. En este vínculo, destaca la capacidad humana de donar: el educador “da” lo mejor de sí al alumno y, al hacerlo, crece como persona, lo que constituye una dimensión trascendente de la educación.

Fermoso resume que esta relación educativa, se caracteriza por ser asimétrica entre maestro y alumno; formal aunque no anula la espontaneidad; puede perder el carácter subjetivo y afectivo de la relación auténticamente humana; y es vicariante, porque un educador recibe de la familia la tarea de complementar la educación de sus hijos. Además, es abierta, respetuosa, normada y testimonial.

El fin de la relación educativa, por tanto, es lograr el desarrollo de la personalidad del estudiante. Y parte del presupuesto antropológico de la indigencia del hombre, algo que los educadores debemos tener en cuenta: el necesitar de los otros para la propia superación y perfeccionamiento.