Recuerdo que, cuando era catequista, los confirmandos a los que acompañaba me preguntaban sobre mi carrera: “Julio, ¿qué tan buena es la UDEP?” Cuando pasaba esto, recordaba que mis padres, siendo exalumnos udepinos, la consideran más que un recinto estudiantil, una institución humana. También recuerdo todo lo que me dijeron antes de que decidiera estudiar en la UDEP: Es tu Universidad, me decía mi madre, licenciada en Comunicación. “Va acorde con los valores que te hemos enseñado en casa; ahí encontrarás buenos profesores que terminarán siendo tus amigos”.

Por otro lado, mi padre, abogado, no podía estar más agradecido: “Cuando falleció tu abuelo, yo estaba en primer año de carrera. La situación económica se agravó; entonces, la Universidad me brindó su apoyo espiritual, a través de capellanía, y una beca para seguir estudiando. Soy lo que soy gracias a ella.” Por eso, yo respondía a mis alumnos de catequesis: “Si quieres ser un buen profesional y crecer como persona, la UDEP es el mejor lugar.”

Otras veces me preguntaban: ¿Por qué estudias Derecho? Esta pregunta me dejaba frío, pues existen tantas razones que podía dar. En retrospectiva, recuerdo que, siendo niño, le pregunté, inocentemente, a mi papá: ¿Por qué no matan a todos los ladrones? La pregunta y las respuestas que daría mi padre, marcarían por completo mi desarrollo personal. Entre todas las razones que me dio hay una que me marcó más: Porque nadie tiene derecho sobre la vida de otra persona y por más equivocada que esté, puede cambiar. Luego me preguntó: ¿Qué pasaría si alguien robara para salvar a su esposa? En ese momento colapsé mentalmente. Existía un criterio mucho mayor al hecho fáctico, la persona. Qué otra carrera se encargaría de tan loable labor, de reconocer a la persona como tal y darle todos los mecanismos para su íntegro desarrollo, más que el mismísimo Derecho.

Ahora, cursando quinto ciclo, puedo reconocer que fue ese momento el que determinó lo que hoy quiero ser, un abogado justo e íntegro. No podría estudiar en un lugar mejor. Todo lo que alguna vez me contaron mis padres sobre el espíritu solidario, la formación integral, no solo académica sino humana, que fomenta la responsabilidad y rectitud moral, lo experimento hoy. La Universidad de Piura, ¡mi Universidad!, cumple 50 años y me siento feliz de poder participar en su aniversario junto con mis padres.