Todas las personas anhelamos ayudar a los demás. Desde pequeños nos sentimos empujados por la solidaridad. Queremos ser bomberos, astronautas o grandes deportistas; es decir, queremos salvar vidas, inspirar a soñar en grande y dar alegrías a nuestros seres queridos. Cuando llega la hora de culminar la etapa escolar, aparecen ante nosotros diferentes caminos para seguir contribuyendo.

Hay quienes desean ver un mundo más justo y honesto; otros desean optimizar la forma de habitar nuestras ciudades, algunos quieren contribuir con la mejora de la enseñanza y aprendizaje; y, siempre están los que quieren inspirar negocios y emprendimientos innovadores. Por supuesto, no faltan quienes anhelan informar adecuadamente a los demás, o contribuir con el bienestar físico y sicológico de las personas; y, existen aún -afortunadamente- los que quieren que todos puedan disfrutar de las artes y valoren profundamente su patrimonio cultural.

Para alegría de todos nosotros, la vida universitaria existe para contribuir con la formación de todos estos impetuosos jóvenes llenos de ilusiones. La Universidad es el lugar en donde su presente y su futuro se juntan para alcanzar ese viejo -y siempre vigente- sueño de ayudar a los demás. Sin embargo, los sueños sin metas solo son ilusiones. Por ello, cada universitario se compromete a dominar sus saberes y técnicas profesionales de la mejor manera. Hace de su formación intelectual y práctica una vía para fortalecer su vocación.

Es cierto que, hoy en día se valoran mucho los bienes materiales que se pueden conseguir con una profesión. El sueldo, los viajes, las casas, los autos, y un moderado etcétera son motivaciones importantes, pero no las sustanciales. No se puede negar que todos deseamos vivir dignamente con el ejercicio de nuestras profesiones y eso no tiene nada -absolutamente- de egoísmo ni de ambición desmedida.

Lo cierto es que, aquellas recompensas extrínsecas solo son la cabeza del iceberg. Debajo yacen otras motivaciones más profundas que todo profesional en formación confesará. En todos se encuentra el ‘bicho’ que nos impulsa a querer hacer de este mundo un lugar mejor, donde cada persona pueda desarrollarse plenamente.

La Universidad no solo forma técnicos, especialistas o eruditos de las distintas áreas del saber humano, sino que, inspira a buscar la verdad y a hacer de ella el camino para mejorar. Desde cada carrera profesional se quiere ayudar a alcanzar el desarrollo humano integral de cada una de las personas y de toda la persona. El ser humano posee muchas dimensiones, pero es una sola realidad; tiene muchas facetas, pero es un solo ser: único e irrepetible. Es imago dei, pero tiene libertad para decidir, para elegir, seguir creciendo y mejorando.

Sea cual sea la carrera elegida, los egresados de una institución universitaria, como la nuestra, son profesionales comprometidos con el desarrollo, porque quieren que cada persona siga floreciendo en sus virtudes y alcance su verdadera plenitud y felicidad. 

Alberto Requena Arriola

Es profesor de la carrera Historia y Gestión Cultural de la Facultad de Humanidades. Licenciado en Historia y Gestión Cultural y tiene un grado de maestro en la misma disciplina.