En los primeros ciclos de carrera, uno de mis maestros dijo que estudiar arquitectura era como “ponerte unos lentes por el resto de tu vida, con los que verás el mundo distinto y no podrás sacártelos nunca más”. Es verdad, y lo voy confirmando con el paso del tiempo. Y, es realmente emocionante ver cosas que antes pasaban desapercibidas, encontrar inspiración en la sombra de un algarrobo, en la música, en el cine, en un cuadro o en una fotografía.

Esos “lentes” hacen también que te cuestiones, por ejemplo, que quizá la ciudad en la que vivimos pudo ser pensada de otra manera, no solo en lo estético, porque la arquitectura trasciende a eso, y es, a veces, incomprensible para quienes no los llevan puestos.

Después de innumerables días de comer fuera de hora, de todas las noches sin dormir, el gusto adquirido por el café, y punto de culminar mi carrera, puedo decir que todo valió la pena y si tuviera la opción de quitarme esos “lentes”, no lo haría nunca.