Tom Jones, de Henry Fielding (1749)

Por , publicado el 26 de abril de 2016

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Que Don Quijote de la Mancha es una novela de referencia para toda la literatura universal está fuera de toda duda: nombres máximos como los de Borges, Paul Auster, Dostoievski, Vargas Losa, Milan Kundera, Flaubert, por dar tan solo algunos, han reconocido su admiración y aprendizaje en la obra maestra de Cervantes. Esta encontró su vocación universal desde muy pronto, y de hecho sus primeros y mejores frutos no se dieron en la literatura española, sino en la inglesa. Con motivo de la proximidad del 23 de abril, fecha que hermana los cuatricentenarios de la muerte de Cervantes y Shakespeare, me tomo la licencia de recomendar la lectura –hay buenas traducciones– de un clásico en inglés: Tom Jones o la historia de un expósito (Tom Jones or the History of a Foundling), novela de amor, humor y peripecias, explícitamente deudora de Cervantes, obra del escritor Henry Fielding (1707-1754).

Va el argumento. Tom Jones es un muchacho de padres desconocidos y recogido a poco de nacer por el bondadoso hacendado Allworthy, quien lo educa como a un hijo. Ya crecido, Tom se enamora de su vecina, la señorita Sophia Western, y acaba siendo correspondido por ella. Sin embargo, varios escándalos en los que se ve metido el joven, fruto tanto de su atolondramiento como de las murmuraciones, llevan a Mr. Allworthy a expulsarlo de casa. Paralelamente, Sophia huye de su hogar para evitar su boda forzada con Blifil, el antipático sobrino de Allworthy. Las andanzas de los personajes (Tom, Sophia y sus perseguidores) acaban conduciendo a todos a la ciudad de Londres, donde tras varios enredos y desventuras llegamos a un final feliz que no revelaré, aunque por supuesto incluye la revelación sobre el origen de Tom y el feliz enlace de este con Sophia.

Tom Jones no tiene en sus apariencias nada que ver con don Quijote, más que la bondad de su carácter, que tiene mucho de idealismo y también de ingenuidad. Esto le hace frecuente víctima de la malicia e ingratitud. Los victimarios más frecuentes del pobre bastardo resultan ser individuos “oficialmente” buenos y respetables: el taimado Blifil, el riguroso clérigo Thwackum o el rudo señor Western, que tanto aplaude los amoríos de Tom… hasta que estos afectan a su hija. Sophia Western y Mr. Allworthy son probablemente los únicos referentes de virtud en la novela; sin embargo, el narrador (que, muy cervantinamente, acaba constituyéndose él mismo en otro personaje) juzga a todos benévolamente, muy consciente de que no hay mucho que esperar de la condición humana. Tan benévolamente, a veces, que la ironía sobre ciertos episodios no puede ser más descarada.

No es la única ocasión en la que el narrador juega con sus lectores y personajes. Por ejemplo, introduce frecuentes digresiones sobre los asuntos que él cree interesantes (aunque afecten poco o nada a las peripecias que viven sus héroes). También habla de sí mismo y hasta de cómo construye la novela, con jocosos títulos o revelaciones de información hasta entonces oculta, que se disculpa de no haber ofrecido antes porque no le convenía o, simplemente, había olvidado hacerlo.

También como el Quijote, Tom Jones es una novela “de camino” cuyas primeras partes tienen lugar en el ámbito rural donde se cría Tom, más tarde en el camino y finalmente en Londres. El movimiento no solo dota a la novela de un amplio panorama en el que criticar los vicios de la corte y de la aldea, sino del encadenamiento de nuevas aventuras y la reunión de personajes. Es sorprendente cómo confluyen tantos episodios cómicos y encuentros “casuales” en la fonda de Upton, entre los que destacaremos el del barbero Partridge, semiculto y pícaro, en quien el idealista pero inexperto Tom Jones encuentra su propio “Sancho”, es decir, su amigo y confidente.

Con estas mimbres teje Henry Fielding una novela edificante, de “virtud recompensada” como se estilaba en su tiempo, pero que sin embargo se burla de los tópicos de esas mismas novelas. Entre bromas y veras (pero más de las primeras), sin maniqueísmos, revela mucha sabiduría y algo de desengaño sobre nuestra naturaleza. El pobre Tom Jones es sincero hasta en sus faltas y defectos, y busca –torpemente– dar un valor a su vida por medio de sus obras, ya que no puede por su nacimiento, lo cual no hace sino resaltar la doblez y la mezquindad del mundo que le rodea, y que, por lo menos con él y Sophia (será porque es ficción), no llega a salirse con la suya.

Manuel Prendes Guardiola

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