La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca
Por Manuel Prendes Guardiola, publicado el 14 de febrero de 2017La lástima de los “clásicos escolares” es que demasiados profesores los recomiendan rutinariamente, tan solo porque en los manuales se dice que son “grandes obras”. No predican con el ejemplo de leerlos y acompañar en su lectura, y por eso demasiados estudiantes los leen sin interés ni orientación. Incluso quienes los han disfrutado (que no son pocos) les dejan de hacer caso cuando, fuera de las aulas, se dedican a leer sin presiones académicas.
Como presumo a quienes vienen a esta página la condición de lectores independientes, tengan la edad que tengan, les invito a descubrir a La vida es sueño, nuevamente si hace falta. Créanme si les digo que no tardarán en acostumbrarse al peculiar lenguaje poético de la obra, que se suele alegar como primer obstáculo para entender el gran teatro clásico español. Cuentan, además, con la ayuda de poseer desde el principio una clave del drama: ¿quién no conoce, aun sin haberla leído, la trama de La vida es sueño?
Para quien haya contestado que “yo”, he aquí una síntesis: Segismundo, príncipe de Polonia, ha crecido encerrado en una torre, sin conocer su noble origen. La razón es que su padre, el rey Basilio, ha recibido la predicción astrológica de que su hijo habrá de destronarlo y reinar despóticamente. Sin embargo, decide probar al príncipe y lo traslada a palacio mientras duerme. Segismundo confirma su horóscopo al comportarse de forma altanera y cruel. De nuevo en la torre, cree que su vida en el palacio fue tan solo un sueño, y reflexiona sobre el bien perdido y su mala conducta, gracias sobre todo al amor que le inspiró Rosaura. Cuando unos soldados se rebelan contra Basilio y liberan a Segismundo, accede a luchar por el trono, aunque una vez victorioso se muestra justo y clemente, demostrando que es capaz de triunfar sobre las inclinaciones a las que parecía predestinado.
El drama se abre a diversas lecturas (y escenificaciones, que para eso es drama). Tal vez la más evidente sea la que repara en la importancia de la libertad y de la educación. El ser humano que encarna Segismundo, más que ser, decide quién puede ser, y de acuerdo con ello es capaz de ponerse límites. Pero para ello no bastan sus propias fuerzas, sino que debe ser amparado y educado. Esta es la responsabilidad que rehuyó Basilio, quien así se hace causante de los males que deseaba evitar.
Calderón supo entrelazar magistralmente la historia principal con la protagonizada por Rosaura, una trama amorosa que refuerza el interés del lector/espectador. Es curioso que la heroína de La vida es sueño, al contrario que el príncipe, no logre ver resuelta su peripecia gracias al dominio de sus pasiones, sino que, consecuente con estas, hasta el final persigue disfrazada de hombre a Astolfo, el duque de Moscovia. La disyuntiva que plantea a este noble que la sedujo y abandonó –desposarla o morir a sus manos– no es ciertamente la forma de razonar que encontramos en las románticas ficciones amorosas de hoy en día, pero bien podemos admirar tanto el anticipado feminismo de la joven (la obra es del siglo XVII) como la generosidad de Segismundo al renunciar y defender a la mujer que deseaba.
Calderón de la Barca, el talento dramático más universal de nuestro idioma, reserva sorpresas de humor, tragedia, poesía e inteligencia para quien se acerque a su obra con cierta curiosidad. Podría invitar igualmente a El alcalde de Zalamea, a El gran teatro del mundo, a El príncipe constante o Los cabellos de Absalón… Pero probablemente no haya vía más perfecta para introducirse en su teatro que La vida es sueño.