Figuritas
Por Carlos Arrizabalaga, publicado el 23 de abril de 2018La afición por las ilustraciones impresas no es nueva. Entre los siglos XVI al XVIII eran muy cotizadas las colecciones de emblemas con que se mostraban conceptos barrocos sobre el amor, la muerte o el libre albedrío, con complicadas alusiones mitológicas y agudezas verbales que desafiaban al más entendido. Desde entonces se imprimían ya las estampitas con figuras religiosas de Jesús, la Virgen María o los santos.
Los grabados antiguos eran hechos a mano por verdaderos artistas. Los elementos decorativos servían de inspiración a los que construían retablos o fachadas en las iglesias. También se utilizaron con otros fines menos piadosos. Algunos sirvieron para abonar largas campañas injuriosas, especialmente contra el imperio español o a favor o en contra de las ideas jacobinas, al modo como los memes de ahora desarman poderosas campañas políticas desbaratando a los rivales en las contiendas electorales.
Los álbumes (con ese final en <-m> tan anómalo en español) aparecieron en el siglo XIX junto a recortes postales y fotografías. En ellos, los poetas escribían sonetos y octavas en elogio de las damas, con definiciones elaboradas de la soledad, el amor y los sentimientos más sublimes. Esto es relevante porque si tienen álbum les llamamos figuritas, pero si no tienen álbum, les decimos cartas.
Del fotograbado y la linotipia se pasó al offset y la impresión digital. Nunca ha sido tan fácil hacer ediciones masivas a todo color como en nuestros días. Las figuritas también pueden ser adhesivos o autoadhesivos (en España pegatinas) que en algunos países llamamos con un anglicismo: stickers. Sin embargo, lo que más importa ahora en estos álbumes no es la reflexión sobre conceptos difíciles ni las definiciones más sutiles de los sentimientos, sino coleccionar todos los jugadores que meten más goles en paños menores a la vista de millones de personas. El juego de intercambiar figuritas tiene un léxico propio: yala, nola, abreviaciones lexicalizadas de “ya la tengo”, “no la tengo”, y la variante sila abreviación de “sí la quiero”; permanecieron dormidas en el léxico pasivo de muchos peruanos hasta que este año han vuelto con plena vitalidad. Es interesante porque la elipsis del verbo produce en ambos un sustantivo: “dos yalas y ningún nola”. El poder de las palabras es enigmático y tanto Patricia del Río como Jaime Bedoya titulan con ellas sendas columnas: “Yala, sila, nola”, para referirse a la elección del gabinete, y “Yala, nola”, para recordar al editor Luis Navarrete.
En el Perú está claro que les decimos figuritas, pero en otros países les dicen estampas, láminas, cartas coleccionables o cromos. Esta palabra es un acortamiento de “cromolitografía”, por el método en que utilizaba ese metal brillante, el cromo, como recubrimiento de la lámina, generalmente de papel grueso o cartulina. El diccionario de la Academia (DLE, v.e. 2017) lo define como ‘estampa, papel o tarjeta con figuras en colores, especialmente la de pequeño tamaño destinada a juegos y colecciones propios de niños’. Vista la afición con que muchos se han lanzado a comprar e intercambiar figuritas, el diccionario debería cambiar su acepción y quitar “propio de niños”, porque todos quieren coleccionarlas. O tal vez decir: “propio de personas que quieren volver a ser niños”; ¡y qué cosa mejor que no perder nunca un poco de esa etapa feliz!
Carlos Arrizabalaga