Blanco Trópico, de Adrián Curiel Rivera
Por Manuel Prendes Guardiola, publicado el 4 de abril de 2022Historias dobles, héroes fracasados, cosmopolitismo y eco degradado del relato de aventuras: el escritor de la mexicana “generación del Crack” (por oposición al ‘Boom’) Adrián Curiel Rivera sazonó con estos ingredientes tan suyos la novela Blanco Trópico (2013). Una narración “de campus” con toda la carga satírica que esta etiqueta promete, y, pese a lo muy anglosajona que pueda sonar, profundamente latinoamericana.
El panorama humano de la novela se concentra en la peripecia vital y la perspectiva única del héroe, Juan Ramírez Gallardo, universitario al que sucesivas becas le han procurado un posgrado ocioso y desarraigado con el que prorrogar su inmadurez: el matrimonio, el trabajo asalariado o la paternidad son las nuevas experiencias que, a despecho de su letárgica vocación de escritor y economista, Juan deberá encarar e integrar con tanta torpeza como buena voluntad cuando haya de trasladarse a la isla de Blanco Trópico.
Si la narración incluye una relativa caricatura sobre algunos aspectos de la vida en México y Madrid, el retrato que se hace de Blanco Trópico, territorio imaginario a medio camino entre el Nuevo y el Viejo Mundo, pero clara abstracción de lo peor de América Latina (mejor no aventurar lugares concretos), ya es desmedido y divertidísimo. Reinan en la isla un calor espantoso que no inmuta a los nativos, la informalidad en todos los órdenes y una indigencia tanto material como cultural que coexisten con el consumismo desatado y el elitismo académico y literario. Por no hablar de la oposición entre la caótica urbe y el universo indígena de Isla Morgan, cuyas connotaciones son tan exóticas como decepcionantes sus denotaciones, y que subsiste aislado de una globalización cuyos placeres (cerveza y tele por cable, principalmente) disfrutan solamente sus caciques.
Entrando en el concreto ámbito del campus, marco y corazón de la novela, Juan habrá de experimentar primero el pétreo corporativismo de la universidad pública, y luego la sumisión al alumno-cliente de la privada. Recala finalmente en la UDRI, centro de investigación azotado por plagas académicas como la rivalidad entre áreas ―unipersonales― de conocimiento y también entre directivos, a cuál más despótico a fuer de innovador, siempre inspirados por los dos mágicos lemas de “interdisciplinariedad” y “desarrollo sostenible”. Este panorama no solo acaba justificando cualquier dislate en forma de proyecto de investigación, sino también una competitividad que se degrada hasta la aventura final: Juan y una colega lidiando con selva y mar, en feroz competencia física por una plaza de investigador titular. Galardón que tal vez no haya de significar más que un destino burocrático, menos dedicado al mundo del conocimiento que al de la gestión administrativa; pero así es el mundo académico de Blanco Trópico. ¿O solo de allí?
*Fuente de la imagen: goodreads.com