La cena del Señor
Por Carola Tueros, publicado el 6 de abril de 2023A propósito de la Semana Santa, trataremos, en esta oportunidad, algunos usos de mayúsculas y minúsculas en el ámbito religioso. Si nos fijamos en el título, «señor» es un sustantivo común; sin embargo, emplea correctamente la inicial mayúscula porque alude al antropónimo «Jesús», tomando el valor —por antonomasia— de este nombre propio.
Los apelativos antonomásticos —aquellos que designan algo con otro nombre—, referidos a las advocaciones —denominaciones complementarias al ser divino—, deben llevar mayúscula inicial en los sustantivos y adjetivos que los conforman: el Cautivo, el Creador, el Gran Arquitecto, el Nazareno, el Salvador, el Todopoderoso, la Virgen, la Purísima, Madre del Amor Hermoso...
Cuando los sustantivos y adjetivos forman parte del nombre de festividades, órdenes y ciclos religiosos se escriben también con mayúscula inicial: Cuaresma, Miércoles de Ceniza, Jueves Santo, Viernes de Dolores, Sábado Santo, Pascua Florida, Domingo de Gloria, la Orden de San Agustín, la Compañía de Jesús, el Adviento, Triduo Pascual, Navidad, etcétera. No obstante, si el nombre de la celebración alude al periodo de duración y no a la festividad en sí, las minúsculas son válidas: En los triduos pascuales se reflexiona sobre la pasión de Cristo.
Los lugares cristianos se escribirán en minúscula: cielo, paraíso, limbo, purgatorio, infierno, el más allá, etcétera. Asimismo, las oraciones, ritos, denominaciones o principios doctrinales y objetos sagrados: el avemaría, el padrenuestro, bautismo, comunión, gracia, pecado original, sacramentos, redención, juicio final, salvación, gula, envidia, decálogo, santos óleos, agua bendita, cáliz, custodia u ostensorio, cruz, eucaristía, rosario…
De la misma manera, antífonas, ascesis, calvario, demonio, diablo, dios, gloria, iglesia, letanías, liturgia, misa, procesión, sagrario, sanedrín, vigilia, víspera, etcétera, irán en minúsculas por ser sustantivos comunes. Cabe aclarar, como lo señala la Ortografía de le lengua española (OLE, 2010, p. 472), que Dios solo irá con mayúscula inicial en refranes o expresiones hechas (¡Alabado sea Dios!) o cuando se emplee como nombre propio para referirse antonomásticamente al ser supremo (Dios creó al hombre); pero, demonio y diablo no, aunque designen a Lucifer o Satanás, por ser apelativos comunes (Vendió su alma al diablo).
Por otra parte, vía crucis o viacrucis —nunca vía-crucis— también puede ir con inicial mayúscula; asimismo, el sustantivo Iglesia, cuando alude a la institución, mas no la empleará el adjetivo que lo acompaña: La Iglesia católica celebró el Domingo de Ramos.
Los términos vinculados directamente a Cristo requieren las minúsculas, aun se mencionen antonomásticamente: la ascensión, el cuerpo, la crucifixión, las llagas, la pasión, la redención, la resurrección, la sangre...
Igualmente van con inicial minúscula los cargos, títulos y dignidades: arzobispo, cardenal, cura, monseñor, nuncio, obispo, sacerdote, papa, pontífice, prelado, vicario…
Aunque los pronombres personales relativos a divinidades o personas sagradas aparecen con mayúscula en textos religiosos por una cuestión de respeto, la OLE (2010, p. 473) recomienda evitarla, pues no hay razón lingüística para su empleo: Jesús dijo a sus discípulos: «No pierdan la paz. Si creen en Dios, crean también en mí…» (Juan14, 1-12).
Por otro lado, los textos sagrados van con inicial mayúscula (Biblia, Nuevo Testamento, Evangelio de Mateo, Hechos de los Apóstoles), mas no los sucesos bíblicos, parábolas ni obras de Dios (la oración en el huerto, el sermón de las siete palabras, la parábola de la oveja perdida, el maná del desierto).
Por último, se aconseja escribir los nombres de las entidades religiosas, imágenes y cofradías con mayúsculas iniciales, sin cursiva ni comillas: Arzobispado de Lima, Caritas del Perú, Prelatura del Opus Dei, Señor Cautivo de Ayabaca, Jesús Nazareno, Nuestra Señora del Carmen, Sagrado Corazón de Jesús…
Conociendo cómo se escriben muchos términos religiosos, no cometamos faltas ortográficas; propongámonos, sobre todo, en esta Semana Santa, mejorar no solo la escritura, sino nuestra vida espiritual. Alimentémonos de los dones divinos como si estuviéramos en esa última cena siendo discípulos del Señor. Sigamos sus enseñanzas de amor y paz, que tanta falta hacen en el mundo.