Se me traba la lengua
Por Karent Urízar González, publicado el 15 de noviembre de 2023No es un dato muy conocido que cada segundo domingo de noviembre se celebra el Día Mundial del Trabalenguas. El término trabalenguas procede de una de las acepciones del verbo trabar, ‘sufrir entorpecimiento de la lengua al hablar’ (DLE, 2014, v. 23.6). Estas frases compuestas por palabras con sonidos parecidos que resultan difíciles de pronunciar con fluidez son generalmente graciosas y de contenidos muy diversos, a menudo incongruentes, puesto que lo que se busca en ellos es la diversión mediante el reto de recitarlos con rapidez y seguridad. En todos los idiomas, su uso ha llegado hasta nuestros días por medio de las tradiciones orales: ¿quién no ha practicado desde sus días de colegio con el de Pablito al clavar un clavito, o con los tristes tigres y su plato de trigo…?
Esta finalidad lúdica no les quita valor educativo. Si su origen parece remontarse a los ejercicios de oratoria que hacían los griegos para desarrollar la buena dicción, en nuestros días se les considera un buen recurso para que los niños ejerciten su vocalización y vocabulario, por lo que se recurre a ellos con frecuencia en las terapias del habla. Además, como para su pronunciación se requiere de atención, comprensión, memoria y concentración, también son recomendados para el buen manejo de las emociones. Practicarlos puede brindar beneficios en el uso del lenguaje a todos los hablantes, y no solo a los niños, como fomentar la lectura atenta o la fijación ortográfica de palabras homófonas.
Los trabalenguas, como hemos dicho, no tienen sentido literal y suelen constar de una o dos palabras repetidas, muchas veces con la intención de poner en práctica la pronunciación de dos o tres secuencias de sonidos. La dificultad de repetir rápidamente los trabalenguas radica en que la pronunciación de los fonemas en juego tiene su punto de articulación en lugares muy próximos, y el cerebro, que es el encargado de controlar los movimientos musculares que producen el sonido, tiende a confundirse. Por ello, solo la práctica ayuda a nuestro cerebro a cambiar rápidamente la posición de la lengua, así como la utilización de nuestros músculos para que esta no se nos trabe. Solo el más avezado hablante se atreverá a decir de memoria y con tanta velocidad como atención, sin confundirse, todas las erres y las pes de trabalenguas como el que copio aquí a modo de despedida:
Parra tenía una perra. Guerra tenía una parra.
La perra de Parra subió a la parra de Guerra.
Guerra pegó con la porra a la perra de Parra.
Y Parra le dijo a Guerra:
¿Por qué ha pegado Guerra con la porra a la perra de Parra?
Y Guerra le contestó: Si la perra de Parra
no hubiera subido a la parra de Guerra,
Guerra no habría pegado con la porra a la perra de Parra.