Lengua castellana: ¿excluyente y sexista?

Por , publicado el 22 de noviembre de 2023

El pasado 14 de septiembre el Pleno del Congreso peruano aprobó el texto sustitutorio del Proyecto de Ley 3464 que impulsa el correcto uso del lenguaje inclusivo, evitando el desdoblamiento innecesario del género de la palabra. Asociaciones como Promsex (Centro de Promoción y Defensa de los Derechos Sexuales y Reproductivos) malinterpretó dicho proyecto señalando que se estaba eliminando el uso del lenguaje inclusivo y que esto era un gran atentado contra el derecho a la igualdad y no discriminación. Por tal motivo, habría que preguntarse si la lengua castellana es excluyente y sexista.

Para responder, conviene partir de la definición de inclusivo/a ‘que incluye o tiene virtud y capacidad para incluir’ (Diccionario de la lengua española 2014, v. 23.6). Si el lenguaje es la facultad del ser humano de comunicarse con los demás, ¿podría tener la intención de excluir? Pues no, si nos expresamos por medio de una serie de signos, es para que «todos» nos entiendan. El sistema en sí mismo no es excluyente; actualmente se confunde lo que es el género de la palabra (accidente gramatical) con el sexo (aspecto biológico). En español, algunos sustantivos admiten variación de género (niño/a, hombre/mujer, vaca/toro, mazana/manzano, velo/vela, etc.), sin embargo, la mayoría son invariables: cartón (masculino), mano (femenino), mapa (masculino), sandía (femenino), etcétera. No es lo mismo género que sexo en el sistema de la lengua castellana, por lo tanto, cuando emitimos un enunciado como Los hombres son mortales o Los padres se preocupan por el bienestar de los hijos no se excluye, ya que el masculino genérico (hombres, padres, hijos) incluye al femenino (mujeres, madres, hijas).

Tampoco la lengua castellana busca ser sexista (anular o discriminar a la mujer) o androcentrista (privilegiar la expresión en masculino). ¿Acaso no tenemos palabras femeninas como persona, víctima, criatura, etcétera, cuyo referente puede ser hombre o mujer? Por ejemplo, La persona tiene dignidad humana; Tres víctimas estaban aterradas; La criatura no quiere comer…, y cuando se enuncian, ¿alguien de sexo masculino se siente discriminado o reclama que se diga mejor *persono, *víctimo o *criaturo?

Existen palabras en nuestra lengua como presidenta, ministra, capitana, generala, gobernadora, etc., que, más bien, antiguamente significaban ‘la mujer de alguien’ (mujer del presidente, del ministro, del capitán, del general, del gobernador); pero, hoy en día, debido a que el mal llamado «sexo débil» ha accedido a cargos y profesiones desempeñadas en sus inicios solo por hombres, han ampliado sus acepciones reconociendo el actuar de la mujer en la vida social. ¿Podemos hablar, entonces, de sexismo lingüístico? Obviamente, no.

«Es verdad que el lenguaje es sexista, porque la sociedad también lo es». Copio textualmente lo dicho por la escritora y periodista española Rosa Montero en su columna Todas (El País, 05/03/2012) para darnos cuenta de que la discriminación, exclusión o sexismo no depende de la lengua en sí, pues su finalidad es permitir la comunicación y esto incluye a todos. Es el agente, el ser humano, el que debe saber emplear las palabras y explicar correctamente los contenidos para lograr una sociedad unida y no dispersa. De allí que muchos colectivos se equivoquen pensando que cambiando los términos (todes, todxs, tod@s) o desdoblando innecesariamente el género de los vocablos (Los peruanos y peruanas son iguales ante la ley) lograrán reconocimiento de derechos. Más bien, alterando indiscriminadamente los signos lingüísticos y haciendo más ampuloso el lenguaje, se vuelve enrevesado; por ende, sus comunicaciones no serán efectivas, sino ambiguas.

Recordemos siempre que el respeto y la igualdad dependen de la formación de la persona y no del sistema de la lengua. No es problema de las palabras, sino de la manera de emplearlas de acuerdo con el contexto comunicativo.

Un comentario

  • Claudio dice:

    Estoy de acuerdo. El respeto y la igualdad dependen de la formación, de la educación, de los valores. Sería muy fácil, y casi mágico, que los problemas de convivencia se resolvieran con solo modificar palabras. Infelizmente, no solamente no solucionan ese problema sino que crean ese otro problema que se menciona: formas de lenguaje entreverado y comunicación poco efectiva.

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