Casa de pisar duro, de Gina Saraceni: La residencia en la palabra
Por Kira Elena Morales Zamora, publicado el 14 de marzo de 2022
Desde la época clásica se han delimitado tres géneros fundamentales en los que, en principio, es posible inscribir aquello que se escribe a partir de las características principales que el escrito presenta. A saber, el épico o narrativo, el lírico o poesía y el dramático o teatro.
Ahora bien, un detalle que suele olvidarse es que, en sus orígenes, casi todo fue poesía. ¿La razón? La oralidad. Así, las grandes epopeyas, como la Ilíada, la Odisea y la Eneida o los cantares de gesta, como el Cantar mío Cid inicialmente fueron narraciones para ser cantadas, y por tanto también se escribieron en verso y se valieron de muchos de los recursos que hoy consideramos exclusivamente poéticos. No obstante, hoy en día, cuando hacemos referencia al mundo de la literatura olvidamos cuán vasto y diverso puede ser. De esta forma, olvidamos que cuando se alude a lo literario, se está manifestando –o al menos, así debiera ser– un universo en el que coexisten géneros diversos, en ocasiones híbridos, que, sin embargo, muchas veces se dejan de lado para centrar el foco esencialmente en lo narrativo.
En este orden de ideas, hace 22 años, la Fundación para la Cultura Urbana instituyó El Premio Anual Transgenérico FCU que, anualmente, convoca a escritores en lengua castellana mayores de 18 años, quienes pueden participar en cualquier género literario. Si bien se sugiere que en las obras se tome en cuenta la ciudad, no es una regla excluyente. En 2011, fue galardonado Casa de pisar duro, escrito por la poeta ítalovenezolana Gina Saraceni, poemario que ningún lector ávido de la palabra precisa y cargada de sentido debería pasar por alto.
Estructuralmente, tres fundamentos lo sostienen, tres partes que se engranan a partir de un lenguaje llano que prospera desde las referencias más cotidianas. En la primera, Casalba, la casa funge como espacio que simboliza lo primigenio, la infancia, el refugio, pero también, cuando esta se derrumba o hay que abandonarla o crecer, el desasosiego, la nostalgia, la muerte: La casa muere con el verano en la garganta. / Hubo luz, un tiempo, en esta casa. / Hubo vidrios limpios que acogían una / mano temerosa de que el viento los quebrara. En la segunda parte, Cuerpo a cuerpo, Saraceni va entretejiendo con la palabra una zona en la que el lenguaje puede significar amor, cuerpo, guarida, sin abandonar la referencia al simbolismo de la casa, unas veces, desde el significante y otras, desde el significado: Las palabras espetan / que algo haga temblar / la quietud de la casa, / quiebre un vidrio / y las despierte de tanta / modorra vespertina. Por último, Extravío en Manhattan, consta de siete poemas en los que los versos se hacen eco de la necesidad de «pisar duro» cuando se ha perdido el suelo del hogar, cuando se habita en las grandes ciudades incapaces, muchas veces, de proporcionar protección. Esto abordado desde la rememoración de King Kong y su hostil recibimiento por una metrópolis tan diferente a aquella isla donde vivía en libertad. En palabras de la escritora, en una entrevista realizada por Javier Guerrero para el diario Prodavinci: «No hay posesión alguna de la casa sino experiencia de lo que de ella queda, de sus huesos, de su memoria en falta, de lo que de ella perdimos para siempre. Eso es lo que queda de la casa y se lleva en el cuerpo, se inscribe en la lengua, se hace cuerpo de la lengua».
Así, leer Casa de pisar duro es una experiencia en la que la palabra poética se convierte en una residencia íntima, habitada desde la memoria, y que, unas veces, se traduce en bálsamo capaz de brindar un alivio sublime y, otras, no puede más que ser nostalgia y vértigo.
*Fuente de la imagen: Fundación para la cultura urbana