Cuando el género manda

Por , publicado el 7 de febrero de 2024

El género, esa marca propia de los sustantivos y pronombres, que se evidencia en la concordancia, suele –algunas veces– marcar un cambio de significado; así, por ejemplo, una palabra como cólera en masculino (el cólera) alude a la enfermedad gastrointestinal, y en femenino (la cólera), al estado de ánimo molesto.

El género, entonces, no solo distingue el sexo (gato/gata), sino que también establece otro tipo de relaciones, tales como, la de árbol-fruta (manzano/manzana), en donde el masculino es el árbol y el femenino es el fruto: naranjo-naranja, ciruelo-ciruela, almendro-almendra, cerezo-cereza, guindo-guinda… En este grupo también podría incluirse tilo-tila (árbol-flor) y el de camelio-camelia, este último par formado a partir del apellido del botánico moravo Jiří Josef Camel (1661- 1706).

La siguiente relación corresponde al tamaño (manto-manta). En este caso, el género masculino marca lo más pequeño y el femenino, lo más grande: huerto-huerta, bolso-bolsa, charco-charca, jarro-jarra, banco-banca… Podrían añadirse aquí también los pares: garbanzo-garbanza y olmo-olma, que no solo hacen referencia al tamaño, sino incluso a la calidad, que se evidencia en el rasgo femenino. Ahora, si bien la distinción parece clara, esto no es del todo así, pues tal como se recoge en la gramática académica «una huerta pequeña no es [necesariamente] un huerto, ni tampoco un huerto grande es necesariamente huerta» y que «el jarro y la jarra no se diferencian solo por el tamaño, sino también por la forma, la función, la constitución, etc.» (NGLE, 2009: 92). Pero ya no tamaño, sino oposición entre contable y no contable se da en pares tales como leño-leña, madero-madera y fruto-fruta. En estos casos, se perciben las formas femeninas como colectivos, como conjunto de.

Van también por el lado del significado, más que por el lado gramatical, las diferencias en casos de homonimia, es decir, en aquellas palabras que presentan la misma forma, pero distinta significación: el cometa (astro luminoso) y la cometa (armazón plana de caña que vuela), el editorial (tipo de texto periodístico) y la editorial (empresa editora), el cura (sacerdote) y la cura (curación), el parte (informe breve) y la parte (porción o fragmento). Entrarían en este grupo también las que se han formado por metonimia; es decir, las que designan no solo al instrumento (la corneta y la trompeta) sino a los que tocan dicho instrumento (el corneta usado más en el ejército, y el trompeta, aunque son más frecuentes cornetista y trompetista, anulando de este modo algún tipo de confusión).

Asimismo, conviene mencionar que no siempre las terminaciones -o y -a nos llevan a establecer relaciones como las que hemos ido señalando, sino que se trata más bien de palabras con sus propios significados; así, por ejemplo, plato es el ‘recipiente de forma circular, plano y ligeramente cóncavo en el centro’, mientras que plata es un ‘tipo de mineral’, pero también ‘dinero’. Estas formas suelen darse en las llamadas palabras parónimas, palabras que suenan parecidas:  velo y vela, puerto y puerta, libro y libra, caso y casa, cosa y coso, foca y foco, pala y palo, pela y pelo, seta y seto…

Finalmente, precisamos que cosa distinta ocurre con sustantivos, tales como mar, sartén, azúcar, calor, armazón, interrogante, reuma, entre otros, que, aunque aparezcan en masculino o en femenino, no presentan un cambio de significado; por el contrario, su uso nos ofrece noticias del hablante, por ejemplo, el grado de cultura o su lugar de procedencia. A estos últimos se los conoce como sustantivos ambiguos en cuanto al género, pero de ellos nos ocuparemos en otro artículo.

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