CUENTOS DE SUEÑO Y DESARRAIGO: SABERLO ANTES, DE MANUEL BALLESTEROS
Por Manuel Prendes Guardiola, publicado el 8 de mayo de 2024El cuento y el poema se asemejan en la necesidad de condensación y sugerencia. Manuel Ballesteros, consolidado poeta como demuestra su obra reunida en 2015 por la editorial Renacimiento, abordó con gran acierto el género de la narración breve en su libro Saberlo antes (Barcelona, Alrevés, 2010). Una vez que comprobado que se trata de una obra accesible gracias a las librerías online, no puedo dejar de recomendarlo.
La mayor parte de los cuentos que integran Saberlo antes son de tipo fantástico: partiendo de una apariencia de realidad, crean situaciones insólitas e inexplicables (de hecho, inexplicadas) que a menudo se salvan de tornarse horribles gracias a un sereno sentido del humor. Por ejemplo, el que da título al mismo libro: un hombre sabe claramente cuándo (pero no cómo) va a morir, un plazo de pocas horas a lo largo de las cuales convive con su familia y ajetreo cotidiano en una paz que, dadas las circunstancias, se parece demasiado a la indiferencia. Sin embargo, el ambiente esquiva crueldades kafkianas, aquí como en otras asombrosas situaciones domésticas que nos brindan varios relatos más. Muchos recurren al tema de la confusión de identidad: la común sospecha de que nadie es quien parece ser, aquí se convierte en certeza frecuente porque el narrador nos sitúa, en primera persona, al reverso del misterio. Ballesteros recombina posibilidades sorprendentes del personaje del Döppelganger (el doble, para entendernos), de manera que individuos corrientes deben afrontar la mudanza de los aspectos que más definen la identidad, al verse sustituidos por inquilinos de espejos o pinturas; o bien escindidos, con la lógica de los sueños, entre los papeles testigo y protagonista de un mismo episodio; o bien sustituyendo, para su sorpresa −no siempre desagradable−, a otros desconocidos igual de corrientes.
Cuando se llega a relatos que extienden indefinidamente este motivo del cambio (“Desaparecidos”, “Maldición”), podría pensarse en cuánto habrá de crítica a cierta mentalidad posmoderna. Si tanta gente existe que se recrea en la continua inestabilidad o suspira por ella, y que tiembla con solo imaginar que un día haya de asentarse definitivamente, los personajes que en cambio sí se ven sujetos a esa tentadora antirrutina suspiran más bien por un mínimo de permanencia dentro de sus vidas. Aunque, ciertamente, el arraigo pueda convertirse también en una desventaja −como en el breve relato “Reseña de un incendio” −, esta se contrapone a la conciencia de haber logrado una vida plena y fructífera.
Ese deseado punto fijo de estabilidad está, más que en lugares, en personas. Frente a la misantropía y el egoísmo que reducen a la insignificancia o el desquiciamiento (“Robos silenciosos”, “La confesión”, “Un viaje en el tiempo”), aflora la necesidad del otro ser humano, de la compañía y del vínculo afectivo, por muchos sacrificios que puedan exigir. Esto es especialmente llamativo en los cuentos más realistas del conjunto, como “En mi ausencia”, “La puerta abierta” y “En la galería” (los dos últimos, con un acertado sentido del suspenso). El autor es, en fin, hombre de familia como confirma la solapa del libro, y no hay espacio más natural que ese para entregarse gratuitamente y verse reconocido sin condiciones. Incluso, como se muestra en “El fugitivo” (el más misterioso de todo el volumen) cuando esa entrega y ese reconocimiento se ven mal correspondidos.