El Niño de la Bola: crónica de cierta muerte anunciada

Por , publicado el 12 de junio de 2024

La obra de Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891) queda algo empequeñecida en comparación con las de los grandes románticos y de los grandes realistas españoles del siglo XIX, entre los que se sitúa cronológicamente. Sin embargo, la posteridad lo ha tratado generosamente: dentro de las letras hispánicas, los estudiosos lo han considerado precursor de la literatura de viajes (De Madrid a Nápoles, 1861), del reportaje de guerra (Diario de un testigo de la guerra de África, 1959) o del relato criminal (“El clavo”, 1853). Además, su encantadora novelita El sombrero de tres picos (1874) mereció sucesivas adaptaciones posteriores, de las cuales la más famosa fue el ballet compuesto por Manuel de Falla. Ambientada en su Andalucía natal como El sombrero…, con mayor ambición narrativa y trocando lo cómico por lo trágico, El Niño de la Bola (1880) se nos propone como una novela de Alarcón muy digna de reivindicarse.  

La llegada tras larga ausencia de un “indiano”, es decir, de un antiguo emigrado a América que regresa con fortuna, perturba la plácida vida de los habitantes de su pequeña ciudad de origen. Más aún cuando, curtido en mil penurias, el recién llegado trae la intención de reclamar algo que considera suyo. Tiene motivos para amar como un Romeo y para vengarse como un Montecristo. Son vísperas de la fiesta religiosa en que saldrá en procesión la imagen del niño Jesús conocida como “el Niño de la Bola”, y del profano “baile de la rifa”, en que los vecinos pujan con generosas cantidades por escoger su pareja de baile… 

De la descripción pintoresca de un festejo popular como trasfondo de un turbulento conflicto amoroso, podría haber salido una breve leyenda romántica al uso de las de su época, las de Bécquer o de Ricardo Palma. Alarcón logra convertirla en una novela mediante una bien trabada expansión en torno de la trama: la historia del temprano amor entre los protagonistas, Manuel y Soledad, y del viejo rencor entre sus familias; la presentación y el actuar de los distintos personajes secundarios y, sobre todo, de la mirada de estos últimos como manera de presentar la progresión de los acontecimientos. Nativos o visitantes, todos se interrogan y comentan sobre la figura, acciones e intenciones de Manuel Venegas. Todos se dan también, de algún modo, por implicados, desde el padre y el esposo de Soledad, que han labrado la desdicha de la joven, al pobre sacerdote don Trinidad Muley, que ha criado al huérfano Manuel como a su hijo. No olvidemos tampoco al malévolo y chismoso “Vitriolo”, o a la marquesa, sofisticada y forastera, que juzga literariamente, como asumiendo la mirada del lector, los hechos que van dando forma a una tragedia que todos presienten como inevitable.  

En su primera novela, El escándalo, que invito también a descubrir, Pedro Antonio de Alarcón supo sorprender con un desenlace en que triunfaban la razón y la concordia sobre una tensa maraña de celos, mentiras y calumnias. Sobre el de El Niño de la Bola, como obra no muy conocida, me reservo la información, con la esperanza de haber picado suficientemente la curiosidad del lector.

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