El túnel, de Ernesto Sábato
Por Manuel Prendes Guardiola, publicado el 4 de julio de 2022La profunda amargura del existencialismo del siglo XX entró por muchas puertas a la literatura en lengua española. Una de ellas fue Buenos Aires, la «cosmópolis» de Rubén Darío, canal directo durante largas épocas entre Europa e Hispanoamérica cuya literatura fue también pionera en la creación de personajes alienados, carentes de horizonte vital, con turbias psicologías y difícil acomodo en una sociedad que les repele, como fue el temprano caso de Sin rumbo de Eugenio Cambaceres (1885).
Sin embargo, probablemente sea El túnel de Ernesto Sábato (1948) el ejemplo novelesco más completo, más a tono con su época y más conocido. Protagoniza y narra el relato Juan Pablo Castel, pintor. Tal vez pueda resultar un tópico esperar de su condición de artista cierto carácter excéntrico con respecto al mundo que le rodea, derivado de una sensibilidad especialmente acentuada a la hora de entender la realidad. Sin embargo, esa acentuación se muestra más bien como hipertrofia en su advertencia inicial de encontrarse encerrado por su crimen. Castel dio muerte a María, la mujer por quien se obsesionó tras haberla descubierto contemplando uno de sus cuadros, y por la que se sintió inesperadamente comprendido dentro de un mundo de seres humanos que apenas le provocan otra cosa que una náusea.
La mencionada obsesión lleva al artista a empeñarse en encontrar a María y convertirla en su amante. Lejos de la felicidad, la historia de amor prolongará el tormento del protagonista a causa de los celos que le provoca, ante los menores indicios, su conciencia hipersensible. Queda para los lectores avezados en psicología y otras ciencias del ramo el detectar la coherencia y hasta pronunciar un diagnóstico sobre el desquiciado comportamiento de Castel. El resto, sin duda se demorará con algo de vértigo, de horror o de ironía en la descripción de cómo golpean a nuestro héroe aquellos sinsabores cotidianos que al común de los mortales apenas le fastidian. Tal vez el lector más depresivo, adolescente o con una idea muy pobre del sentido de la vida sí puedan sentir cierta afinidad con él, de modo que a ellos les recomendaría más bien otras lecturas de las muchas que llevamos ya comentadas en Castellano Actual.
La vida de Castel se presenta, fuera de los momentos de solitario desprecio por la humanidad, como un cúmulo de vacilaciones sobre sus propios actos y pensamientos, que igual que tendrán a veces funestas consecuencias, en otras hallarán ocasión para brillantes pasajes de sátira, como el humor feroz con que retrata la pretendidamente culta y sofisticada sociedad porteña, o el escándalo que arma en la oficina de correos cuando trata de recuperar cierta imprudente carta.
Por más que se resista a seguir a pies juntillas su atormentada percepción, el lector también puede permitirse sus sospechas sobre la amante del protagonista. María resulta misteriosa por su poca expresividad, por el fatalismo con que parece afrontar una existencia en la que, según dice, causa el mal a cuantos le rodean; la pasividad con la que sufre los desdenes o las exigencias del pintor o la ambigua relación que mantiene con su esposo y el primo de este, el desagradable Hunter.
Resulta algo paradójico cómo, tratándose la novela de la pretendida rememoración de una historia de amor, el narrador pase de puntillas por los momentos felices de esta. Ni siquiera la escapada fuera de la ciudad donde se producen sus furtivos encuentros resulta liberadora, ya que en la estancia es donde Castel debe soportar la presencia de Hunter, presunto rival, o de la insoportablemente afrancesada prima Mimí.
Será por último en la misma estancia donde se acaba consumando el asesinato. La pulsión autodestructiva del personaje cuando se ve obligado apartarse de María bien pudiera haberse culminado en suicidio: al fin y al cabo, Juan Pablo Castel puede llegar a odiarse y despreciarse siempre que se detiene a tomar conciencia de que no es más que un ser humano como los demás. Sin embargo, continúa con su vida absurda y solitaria, a lo largo de un túnel cuyas paredes solo momentáneamente han parecido traslucir la imagen de otra persona afín a él, como María. Y, solo, lo dejamos pintando bajo nuestra mirada temerosa o compasiva, por más que él pueda pensar, como piensa de sus vigilantes, que nos estamos riendo de él igual que lo hace el universo entero.
*Fuente de la imagen: Planeta de Libros