Doña Asís Taboada, la joven marquesa viuda de Andrade, despierta en su cuarto con mal cuerpo y no mejor conciencia. Somete a examen su jornada anterior, cuando el casual encuentro con el atractivo Diego Pacheco terminó en la excursión de ambos por la muy concurrida romería madrileña de San Isidro. Los efectos conjuntos del tórrido verano, de las libaciones y de la labia del joven, simpático como solo puede serlo un andaluz de ficción, llevan a la distinguida dama a una situación poco decorosa para su fama y posición.
Emilia Pardo Bazán (1851-1921) fue una multifacética intelectual española del siglo XIX sobre cuyos numerosos méritos no vamos a extendernos aquí, porque este año es el centenario de su fallecimiento y basta una travesía por Google para darse por enterados. Recordaremos tan solo su faceta, ineludible en cualquier manual sobre la novela realista hispana, de representante del naturalismo literario y autora de la sombría novela rural Los pazos de Ulloa, continuada en La madre naturaleza.
De la novela naturalista de su tiempo, Insolación hereda tópicos como la influencia del medio sobre el comportamiento del individuo y cierta tendencia a defender una tesis. En este caso, se trata de la igualdad de la mujer al hombre en el terreno de las pasiones, y, por tanto, en el derecho a ser juzgada con la misma indulgencia que el varón. Sin embargo, allí acaba el parecido: frente al severo panorama de aquellas narraciones de su tiempo, Pardo Bazán va desarrollando su historia con abierto humor y, principalmente, ironía, valiéndose de lo equívoco de los puntos de vista que se ofrecen al lector. En un principio se diría que Asís es víctima del sofocante y festivo ambiente, y quizá también de un galán poco escrupuloso que disimula su asedio de sencilla amistad; sin embargo, una vez vuelta en sí, ya no podemos estar tan seguros de quién de los dos sedujo a quién. Un discreto y cervantino narrador nos recuerda cómo, al fin y al cabo, es la misma Asís quien rememora su vergonzosa peripecia y, por lo tanto, arregla los hechos un tanto a su favor, máxime teniendo en cuenta que probablemente deba luego dar cuenta de ellos en el confesionario. De las ulteriores entrevistas entre Pacheco y la viuda de Taboada (la más decisiva, en el simbólicamente denominado “Merendero de la Confianza”, que ofrece “Aseo y equidad”), tampoco queda demasiado claro cuál de los dos actúa de manera resuelta y decidida o bien está turbado y confuso, según vayamos pasando de sus palabras a la mirada del narrador o a la de los sencillos parroquianos que espían un poco y comentan mucho los dimes y diretes de esos empingorotados dama y caballero que han ido a pasearse por sus dominios.
Oh, lectores de alma delicada, aquí viene el espóiler: la historia concluye en matrimonio. Vale la pena leer, de todos modos, por qué derroteros se llega hasta este punto, porque más que el convencional desenlace sensato a una situación que comenzó en locura, en nuestra novela se diría que la boda prolonga, como locura subsiguiente, la insolación de la marquesa. Quien representa la cordura en la novela es el severo militar Gabriel Pardo, un tímido pretendiente de Asís que se guarda unas cuantas cosas (algunas las sabrá quien haya leído La madre naturaleza). Pero a los ojos de Asís, y de los lectores, gana su rival, el vivaz Pacheco, revelado a lo largo de los coloquios con su amada como un joven ciertamente bondadoso, aunque también bastante lejos del ideal de hombre de provecho.
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