Lipo es cultura
Por Carola Tueros, publicado el 16 de diciembre de 2022El 16 de noviembre, en el programa periodístico Beto a saber, leí el siguiente rótulo: «Lipo es cultura». Era realmente un contenido irónico, pues se jugaba con el significado de las palabras al comentar la actuación de la entonces ministra de cultura del Perú, quien ha cambiado físicamente en sus pocos meses de Gobierno como si se hubiera hecho una «lipoescultura». En esta oportunidad, atendiendo a dicho titular, hablaremos de la figura retórica que altera las sílabas de los vocablos cambiando el sentido de las palabras, esto es, el calambur.
Dicho vocablo viene del francés calembour que significa ‘juego de palabras’. Sus orígenes se remontan al uso poético; tenemos, por ejemplo, al poeta madrileño Francisco de Quevedo (s. XVII) con su conocido poema apócrifo dedicado a la reina Mariana de Austria: «Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja» (es coja) o a Garcilaso de la Vega con el inicio de la égloga primera (s. XVI) «El dulce lamentar de dos pastores» (El dulce lamen tarde dos pastores), o al dramaturgo Juan Ruiz de Alarcón (s. XVI) «¿Este es conde? Sí, este esconde la calidad y el dinero» o al poeta mexicano Xavier Villaurrutia (s. XX) con «Y mi voz quema dura, y mi voz quemadura, y mi bosque madura y mi voz quema dura» (Fragmento del poema Nocturno en que nada se oye), etcétera.
Esta figura literaria también la usaron conquistadores como Alonso de Mendoza (s. XVI) cuando dijo: «Si el rey no muere, el reino muere»; jesuitas (s. XVI), al brindar una diferencia fonética en el enunciado: «Murió Y gnacio, murió y nació» cuando falleció San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, en 1556; novelistas que fueron políticos como Benito Pérez Galdós (s. XX) cuando en su novela El caballero encanto escribió: «¿Conque dice que es conde? Querrá decir que esconde algo…», entre otros.
Hoy en día, el calambur es muy usado en la música, en el mundo de la publicidad y en el habla en general. Lo hemos escuchado desde niños mediante múltiples adivinanzas o acertijos: «Oro parece, plata no es. Quien no lo adivine, muy listo no es» (plátano es); «Blanca por dentro, verde por fuera, si quieres que te lo diga espera» (es pera). Ejemplos de su uso contemporáneo hay muchos, como el título de la balada del dúo Sin Banderas, Mientes tan bien (Mientes también), de la canción de la solista española Rosalía, Malamente (Mala mente); o de la publicidad del jabón ecuatoriano Olimpia, Jabón Olimpia o limpia o no es jabón; o de una obra de los comediantes Les Luthiers Un encanto con humor (une canto con humor), etcétera.
Lo que hace singular al calambur es el juntar las sílabas de palabras diferentes para formar una nueva (¿algo, don? = ¿algodón?) o, en todo caso, el separar las sílabas de una palabra para obtener otras (entreno = en tren no). Esta diferenciación es visible en la escritura, pero es imperceptible, muchas veces, en el lenguaje oral.
Las palabras establecen aquí distintas relaciones semánticas. Pueden ser de homonimia (palabras que se escriben o se pronuncian igual, pero tienen distintos significados): lo cura (locura), es capa (escapa), su ministro (suministro), es conde (esconde), etc.; de paronimia (palabras que se relacionan por su sonido, pero que no son idénticas): Azucena (a su cena), azulado (a su lado), Elena no (el enano), ves, tía (vestía), leyenda hebrea (leyendo ebria), ayuna los viernes (hay una los viernes); o de polisemia (enunciados que tienen más de un significado): la primavera (la prima Vera), corazón delata (corazón de lata), helado oscuro (el lado oscuro), es su eco (es sueco), ¿sabes depilar? (¿sabes de Pilar?), comensales (comen sales), tela vendo (te la vendo), etcétera.
Hay casos de calambur donde se altera la acentuación produciendo contenidos distintos: Mariano es (María no es), el condenado (el conde nadó), el hacedor mira un bebé (él hace dormir un bebé), ¡Qué bestia! (¿Qué vestía?), ¿Qué sería? (quesería), está sequita la ropa (esta se quita la ropa), pensé, ¡qué memoria! (pensé que me moría), útiles de jardinero (útil es dejar dinero), lo vio lento (lo violentó), el martes es tu día (el martes estudia), serenata (seré nata), el contenedor (él con tenedor), ¿es tamal?, (¿está mal?), etcétera.
Y, otras veces, tenemos calambur en antropónimos, es decir, nombres y apellidos que sin querer producen este efecto de cambio de sentido: Zoila Baca (soy la vaca), Alex Tintor (al extintor), Armando Esteban Quito (armando este banquito), Casimiro Puentes (casi miro puentes), Carlos Tomate (Carlos toma té), Ira Dediós (ira de Dios), Simona Matta León (si mona mata león), Debohra Gallo Bueno (devora gallo bueno), Luis Sevillano del Campo (Luis, sé villano del campo), Ángel Vela Paz (ángel ve la paz), etcétera.
Entendiendo cómo funciona el calambur, debemos tener cuidado con los contenidos que vamos formando de acuerdo con nuestra intención comunicativa que puede ser humorística, irónica o simplemente llamar la atención. Retomando el titular «Lipo es cultura» gráficamente nos enuncia una oración (lipo [sujeto] es cultura [predicado]) y no una sola palabra compuesta «lipoescultura» (lipo+escultura). Así, es distinto «techamos de menos» que «te echamos de menos», «dementes veloces» a «de mentes veloces» o «Carola Tueros» que «Carola, ¡tu eros!».